The Tortured Poets Department, de Taylor Swift

Una farsa megalómana

Por Marcos Arenas

Como tantos otros productos que han cosechado un enorme éxito comercial en el Siglo XXI, Taylor Swift es en términos generales un envase vacío homologado a una franquicia y enmascarado bajo la dialéctica del cantautor de la centuria pasada sin nada que sinceramente la diferencie de un popurrí de otras cantantes/ bailarinas/ oligarcas del gremio mainstream que fueron improvisando cambios para tratar de no empalagar a sus fans, casi todas burguesitas adolescentes o mujeres jóvenes caucásicas -y algunas ninfas desclasadas del montón- sin experiencia en el mercado cultural o sin verdadero interés artístico del tipo que sea. La compositora y cantante siempre fue bastante mediocre o por lo menos conservadora a raíz de una producción promedio de estudio repetitiva y sin imaginación alguna y una presencia escénica aséptica despojada de toda peligrosidad discursiva o verdadera sensualidad, en general apenas un “artículo” blanquito y lindo de clase alta listo para ser consumido por ese público woke del nuevo milenio que no se preocupa por intelectualizar sus decisiones y sólo busca escape/ empatía/ satisfacción automática a partir de artistas prefabricados, aburridos e intercambiables tendientes a situar a la superficie muy por encima del contenido, de allí la constante sensación de vacuidad, impostación, tedio o frivolidad detrás de cada nuevo lanzamiento de Swift por más que pretenda “innovar” vampirizando cosillas ajenas ya ampliamente probadas por otros músicos mucho mejores.

 

La señorita de 34 años empezó su derrotero profesional de manera oportunista -léase como un trampolín hacia su verdadera obsesión, el mercado del pop global multitarget- en un country que se sitúa muy lejos de la autenticidad de Loretta Lynn, cerca del sustrato lavado planetario de Shania Twain y a años luz de la americana rockera de Bruce Springsteen, en suma por momentos pretendiendo unificar la levedad de Madonna, Britney Spears y Lady Gaga con aquella veta autobiográfica de Joni Mitchell, Stevie Nicks y Patti Smith, lamentablemente no llegando ni siquiera al nivel del primer trío y poniendo de relieve el hecho de que por ejemplo la Beyoncé post Destiny’s Child, otro producto de la gran industria planetaria, sí se merecía la corona de superventas de Swift ya que es mucho mejor vocalista y tiene una presencia o carisma que mueve montañas, sin embargo el color de piel, sus excentricidades y la lascivia estándar de su acervo artístico le impidieron crecer en serio por fuera de yanquilandia y Europa. En realidad más valiosa que su música es su movida caprichosa o más bien testaruda de regrabar sus primeras seis placas para Big Machine Records con la idea de ser dueña de sus masters y precisamente bajarle el precio a los originales en propiedad de la compañía discográfica y sus cambiantes dueños, desde Scott Borchetta y Scooter Braun hasta esa Shamrock Holdings de la voraz y terrorífica Disney, una movida en simultáneo valiente y un poco absurda ya que es verdad que ejerce el derecho de usufructuar sus composiciones pero este tipo de acuerdos leoninos se resuelven siempre con el tiempo cuando el artista posee la gigantesca fortuna de Swift, quien sólo debe esperar el momento justo en el que Big Machine caiga en manos de unos plutócratas inmundos y banales -como ella- o de un fondo de inversión con la suficiente disposición para venderle el activo del caso sin acuerdos de prohibición de “mutua agresión” en la prensa, pactos que desde el vamos atentan contra su dignidad o discurso de autovictimización.

 

Cuatro son los períodos fundamentales de su trayectoria: primero tenemos esa fase de chatarra country popera que abarca su placa debut, Taylor Swift (2006), y dos álbumes más, Fearless (2008) y Speak Now (2010), en sí volcada a un country con base teen pop y algunos detalles mínimos de soft rock a lo Fleetwood Mac, Eagles y James Taylor, este último precisamente quien inspiró su nombre, en segunda instancia viene la fase de transición hacia la diva internacional de plástico de Red (2012) y 1989 (2014), discos de un escueto crecimiento artístico con acercamientos al rock inflado de estadios y con las primeras incursiones electrónicas, volcadas sobre todo en el segundo álbum al synth-pop de Eurythmics, Pet Shop Boys, Soft Cell, Erasure y el primer Depeche Mode, en tercer lugar está la fase de sobreproducción, autoindulgencia soporífera y redundancia musical mainstream que vino aparejada con el estrellato mundial, etapa que cubre Reputation (2017), Lover (2019) y de manera no cronológica Midnights (2022), una trilogía caracterizada por la fórmula “electropop + dance + hip hop + soul + trip hop + funk + dream pop” y una suerte de idea desesperada de fondo de apropiarse de la música negra para legitimarse a ojos de la prensa rockera internacional, y por último tenemos la fase de introspección por el coronavirus modelo multimillonaria aburrida o magnate de la industria musical sin nada valioso para decir, así Folklore (2020) y Evermore (2020) hicieron alarde del pop barroco, el folk, los mantras lo-fi, el indie pop e incluso el rock alternativo baladístico construido alrededor de guitarras, algún pianito, programaciones pedestres y pinceladas de cuerdas irrelevantes.

 

The Tortured Poets Department (2024), su flamante disco doble producido por sus socios asiduos Jack Antonoff y aquel Aaron Dessner de los alguna vez sublimes y hoy asimismo insoportables/ franquiciados The National, no pasa de ser un trabajo monótono y demasiado largo sostenido en más y más electrónica minimalista, mucho bedroom pop tácito, algo de rock indie y pizcas de rhythm and blues, trip hop y dream pop, en síntesis ahora partiendo el asunto en mitades hiper literales, una primera movediza y una segunda meditabunda o apaciguada, y combinando las dos últimas fases profesionales para que gane la pulseada de la idiosincrasia -por lo menos a escala espiritual- el díptico de Folklore y Evermore, gran cura para el insomnio de cualquier melómano con tiempo libre. Las letras de turno, un tanto esquemáticas, inmaduras y triviales, hablan sobre fama, traición, anhelos, nostalgia, el cruel desamor, celos, soledad, imagen pública, depresión, reencuentros, hedonismo, posesión romántica, idealización, competencia mundana, mucho enojo, desconcierto, memoria, duelo y alguna que otra emoción más o pivote conceptual semejante vinculados a la celebridad, el acoso de la prensa y su infinidad de novios o ex novios, todo con una mayor dosis de melodrama y humor autorreferencial que de costumbre que hace más llevadero el asunto mientras las canciones nos pasean por el synth-pop suave de My Boy Only Breaks His Favorite Toys, The Tortured Poets Department y esa Fortnight con el anodino de Post Malone, el dream pop de So Long, London y Clara Bow, la fusión entre chill out y rhythm and blues de Down Bad, Fresh Out the Slammer y una Florida!!! con la participación de la siempre sobreproducida Florence and the Machine, la balada tradicional de Guilty as Sin?, I Can Fix Him (No Really I Can), Loml, Thank You Aimee y Robin, el electropop de I Can Do It with a Broken Heart, el teen pop de But Daddy I Love Him, el rock alternativo e indie de So High School, la infaltable power ballad de Who’s Afraid of Little Old Me?, The Black Dog, Cassandra, The Smallest Man Who Ever Lived, Peter y The Bolter, el trip hop ultra radio friendly de The Alchemy e Imgonnagetyouback y finalmente el pop barroco y/ o acústico de The Albatross, Chloe or Sam or Sophia or Marcus, How Did It End?, I Hate It Here, The Prophecy, I Look in People’s Windows y The Manuscript.

 

La eterna bancarrota creativa de Swift, como decíamos antes una versión pasteurizada o “apta para todo público” de artistas en serio tan disímiles como Lana Del Rey y Amy Winehouse, reaparece con todo en The Tortured Poets Department porque el álbum tiene mucho de meseta creativa y antojo maximalista -de hecho, alargado sin demasiado sentido a la friolera de 31 tracks cuando más de la mitad es puro relleno- encarado desde la contradicción de un minimalismo que se cuela en todos los temas y baja mucho la pomposidad de Reputation, Lover e incluso el más mesurado Midnights, no obstante la mediocridad es la misma, la producción continúa siendo poco interesante y la propuesta artística en términos macros no logra trasmitir ni un ápice de garra o visceralidad para un público que no sea el “natural” devaluado del capitalismo cultural posmoderno, una legión de pobres diablos digitales que siempre promedian la calidad hacia abajo y quedan presos de la dictadura manipuladora de los algoritmos, el marketing, el streaming y este crossover de géneros que tan bien representa Swift, un producto con patas que utilizó al country para asentar su popularidad y saltar al pop prefabricado y a posteriori se sirvió de los wokes y su discurso endeble -a su vez empleado por la derecha cínica y ridiculizadora del Siglo XXI para escalar posiciones en todo el globo, dicho sea de paso- con el objetivo de saltar del teen pop hacia lo que definitivamente percibió como su autolegitimación como artista masiva, una farsa megalómana de la misma envergadura que el disco que nos ocupa, supuesto signo de madurez, “cultura elevada” o complejidad anímica que en realidad lo único que despierta es hastío y desinterés.

 

The Tortured Poets Department, de Taylor Swift (2024)

Tracks:

  1. Fortnight
  2. The Tortured Poets Department
  3. My Boy Only Breaks His Favorite Toys
  4. Down Bad
  5. So Long, London
  6. But Daddy I Love Him
  7. Fresh Out the Slammer
  8. Florida!!!
  9. Guilty as Sin?
  10. Who’s Afraid of Little Old Me?
  11. I Can Fix Him (No Really I Can)
  12. Loml
  13. I Can Do It with a Broken Heart
  14. The Smallest Man Who Ever Lived
  15. The Alchemy
  16. Clara Bow
  17. The Black Dog
  18. Imgonnagetyouback
  19. The Albatross
  20. Chloe or Sam or Sophia or Marcus
  21. How Did It End?
  22. So High School
  23. I Hate It Here
  24. Thank You Aimee
  25. I Look in People’s Windows
  26. The Prophecy
  27. Cassandra
  28. Peter
  29. The Bolter
  30. Robin
  31. The Manuscript