Trilogía de la Venganza de Park Chan-wook

Una fuerza centrífuga

Por Emiliano Fernández

Pasan los años y sinceramente no se puede dejar de elogiar a Park Chan-wook, no sólo la figura más original, disruptiva e inclasificable de aquella gloriosa generación de cineastas surcoreanos de comienzos del nuevo milenio, una estirpe de por sí encomiable que incluyó a gente como Bong Joon-ho, Na Hong-jin y Kim Jee-woon que supo volcarse a un cine de género que sus compatriotas Kim Ki-duk, Hong Sang-soo y Lee Chang-dong optaron por obviar, sino también el principal responsable de popularizar la producción coreana en todo el planeta gracias al éxito escalonado de un periplo que empezó con dificultades y terminó de despegar de la mano de Joint Security Area (Gongdong Gyeongbi Guyeok JSA, 2000) y su bautizada Trilogía de la Venganza, aquella compuesta por Sympathy for Mr. Vengeance (Boksuneun Naui Geot, 2002), Oldboy (Oldeuboi, 2003) y Sympathy for Lady Vengeance (Chinjeolhan Geumjassi, 2005), tres joyas que pasaremos a analizar en el presente dossier porque por un lado se ubican sin problemas entre lo mejor del cine internacional reciente y por el otro realmente fueron vanguardia absoluta en el difícil arte de rescatar a su industria cinematográfica nacional luego de tres largas décadas de oscurantismo cultural por las dictaduras de Park Chung-hee y Chun Doo-hwan, un período de censura permanente y de taquilla muy escasa para los opus autóctonos que abarcó desde 1961 hasta 1988, golpes de Estado cívico militares de por medio. Park, uno de los tantos hijos conceptuales del cine irreverente de Kim Ki-young y su obra más famosa, The Housemaid (Hanyo, 1960), e influencia clara en autores posteriores variopintos como Lee Jeong-beom, Yeon Sang-ho, Kim Seong-hun, Jung Byung-gil, Park Hoon-jung, Shim Sung-bo, Jeong Geun-seop, Won Shin-yeon, Lee Kyu-maan, Kim Hyeong-Joon, Hwang Dong-hyuk y Yoo Ha, entre muchos otros, encararía a posteriori una carrera fascinante que incluye desde sus propuestas más célebres para televisión o para films ómnibus, léase respectivamente The Little Drummer Girl (2018), trabajo para la BBC One inspirado en la novela homónima de 1983 de John le Carré, y Three Extremes (Sam Gang 2, 2004), realizada esta última junto a Fruit Chan y Takashi Miike y secuela de Three (Sam Gang, 2002), de Kim Jee-woon, Nonzee Nimibutr y Peter Ho-Sun Chan, hasta la prodigiosa colección de películas posteriores, esa de I’m a Cyborg, But That’s OK (Ssa-i-bo-geu-ji-man-gwen-chan-a, 2006), Thirst (Bakjwi, 2009), Stoker (2013) y The Handmaiden (Ah-ga-ssi, 2016), amén de sus mejores cortometrajes, los recordados Judgment (Simpan, 1999) y Night Fishing (Paranmanjang, 2011), éste dirigido junto a su hermano Park Chan-kyong bajo el mote socarrón en conjunto de Parking Chance. Casi ningún director de la actualidad, o creador artístico a secas a rasgos ya más macros y mundiales, ha demostrado ser tan imaginativo e irrefrenable como el amigo Chan-wook, un señor que en vez de obsesionarse con un pastiche posmoderno de eternos refritos cinéfilos cansadores y fórmulas explotadas hasta el tedio por el mainstream y el indie, perspectiva compartida por la enorme mayoría de los realizadores de nuestro patético presente, opta por construir epopeyas verdaderamente originales, coherentes, enajenadas y apasionantes que responden a una concepción inconformista autocontenida que deja de lado la cita vana, el marketing, la corrección política y esa petulancia del cine festivalero que jamás se encontró con el gran público. Entre lo popular desproporcionado de antaño y una impronta culta que se mofa del elitismo, la Trilogía de la Venganza abarca la lógica de la acción/ reacción de Sympathy for Mr. Vengeance, aquel castigo extremadamente exacerbado de Oldboy y el espíritu humanista del sacrificio de Sympathy for Lady Vengeance, ejemplos supremos del hecho de que todavía es posible sacar partido a escala discursiva de un tópico tan transitado como la represalia o resarcimiento en hemoglobina, tema que acompaña a la humanidad desde sus orígenes más inmemoriales al punto de que los aportes del cineasta surcoreano, enmarcados en faenas con un corazoncito cuasi exploitation surrealista que ríe y llora sin cesar, superan todo lo que se les ponga delante en las pantallas de cualquier parte del globo.

 

 

Sympathy for Mr. Vengeance (Boksuneun Naui Geot, 2002):

 

Park para la época del estreno de Sympathy for Mr. Vengeance (Boksuneun Naui Geot, 2002) acumulaba dos películas decididamente fallidas, las primigenias The Moon Is… the Sun’s Dream (Daleun… Haega Kkuneun Kkum, 1992) y Trio (Saminjo, 1997), y el hit imprevisto Joint Security Area (Gongdong Gyeongbi Guyeok JSA, 2000), aquella fábula geopolítica con elementos de misterio y de cine testimonial humanista que retrataba las tensiones bélicas absurdas entre las dos Coreas, obra cuyo éxito le permitió regresar al cine independiente de los comienzos noventosos aunque ya armado de una experiencia y un talento muy importantes que lo llevaron a planificar hasta el más mínimo detalle del opus que nos ocupa, un thriller iconoclasta de mucha desesperación y traumas virulentos aunque también cargado de humor negro, ironías cotidianas y sobre todo un canibalismo social en tanto el lenguaje por antonomasia del capitalismo ya que prácticamente todos -unos por angustia y falta de recursos y otros de puro deporte malsano garantizado por la impunidad de la riqueza- pretenden sacar provecho del prójimo sin que medie algún tipo de aliciente moral que los convenza de lo contrario. Ryu (prodigioso desempeño de Shin Ha-kyun) es un muchacho sordo y un gran dibujante que trabaja en una fábrica para pagar los gastos de hospital de su único pariente, su hermana (Im Ji-eun), quien padece de una enfermedad renal y había abandonado la universidad para que su hermano pudiese asistir a una escuela de arte hasta que el dolor le impidió seguir trabajando en esa misma metalúrgica donde consiguió empleo Ryu. El joven eventualmente es despedido, recibe diez millones de wons y para saltearse la demora en conseguir un riñón para el trasplante de su hermana, cuestión que por la urgencia determinará su supervivencia, decide comprar uno en el mercado negro, para ello contacta a unos traficantes de órganos encabezados por una veterana heroinómana (Lee Yoon-mi) pero termina desnudo en un edificio en construcción y sin un riñón ni el mentado efectivo de la indemnización. Las cosas empeoran aún más cuando los médicos le confirman de repente que encontraron un donante y en una semana será la cirugía, esa que debería pagar sí o sí con los diez millones, por lo que se desespera y opta por seguir el consejo de su novia y mejor amiga, Cha Yeong-mi (Bae Doona), miembro de un colectivo terrorista denominado Asociación de Anarquistas Revolucionarios, y así pasa de querer secuestrar a la hija del ejecutivo que lo echó de la planta a capturar a la nena del presidente de la compañía, Park Dong-jin (el genial Song Kang-ho), una mocosa llamada Yu-sun (Han Bo-bae). Luego de cobrar el rescate, 26 millones de wons, Ryu se topa con el cadáver de su hermana con las muñecas cortadas en el baño del departamento que compartían porque la mujer descubrió que la niña que cuidaba había sido raptada para solventar su operación después del despido del muchacho, así la lleva a la vera de un río que ambos frecuentaban de jóvenes y la cubre con rocas. Un retrasado mental (Ryoo Seung-bum) merodea el lugar y quiere sacar las piedras de la tumba y robarle un collar a la nena que Ryu le regaló, no obstante el verdadero problema es la idea de la chica de saltar al agua para llegar hasta el ex operario fabril, ahogándose en el camino. Dong-jin liquida la empresa, pone en venta su mansión y le da todo el dinero al policía que investiga el caso, Choi (Lee Dae-yeon), para que encuentre a los responsables de la muerte del purrete, sin embargo es el propio ex presidente quien los localiza por la costumbre de Ryu de mandarle cartas a una radio de Seúl, que en realidad están dirigidas a su hermana, para que las lean al aire. Ayudado por la locutora y el discapacitado mental del río, Dong-jin, un ingeniero eléctrico, descubre el cuerpo de la hermana de Ryu y la identidad del joven y su pareja, optando por torturar a Yeong-mi con una picana conectada a los lóbulos de sus orejas mientras el sordo se carga con un destornillador y un bate de béisbol a la heroinómana, una ex doctora, y sus dos asistentes, en apariencia sus hijos, en la previa de una operación mientras violaban a una paciente. Cha le advierte a Park sobre su sentencia de muerte si la asesina, cortesía del colectivo anarquista, pero el hombre la electrocuta hasta matarla y espera a Ryu en su hogar con una corriente permanente conectada al picaporte. Después de sacarles los riñones a los traficantes de órganos y comérselos, Ryu cae en la trampa de Dong-jin y es llevado hasta el río, donde su verdugo reconoce que es un buen hombre aunque de todos modos le corta los tendones de Aquiles de los pies para que se ahogue como su hija. Cuando se proponía enterrar los restos desmembrados del sordo, el ex oligarca es abordado por cuatro miembros de la Asociación de Anarquistas Revolucionarios que lo acuchillan y le clavan su sentencia de muerte en papel en el pecho, revancha a su vez por el óbito de Yeong-mi. El director y guionista, en este último apartado trabajando junto a Lee Jae-soon, Lee Moo-young y Lee Yong-jong, no sólo construye una película visceral y fascinante, que instantáneamente se saca de encima al público mainstream promedio que había ganado por Joint Security Area, sino que pone en primer plano un verdadero reloj suizo narrativo en el que todas las piezas de este complejo rompecabezas encajan a la perfección, en suma un guión exquisito y astuto como muy pocos del cine de las últimas décadas que el señor materializa con un tono retórico distante, como si estuviera describiendo a extraterrestres que se autosabotean solitos vía sus acciones, y con un pulso cansino cercano al terror indie, la parodia gélida costumbrista, el melodrama familiar, el film noir y esa comedia negrísima que no perdona a nada ni nadie, ahora enfatizando la reconversión de víctima en victimario y el laberinto de la violencia a lo virus tendiente a penetrar en la sociedad mediante los engranajes del odio y una búsqueda de redención que puede ser la propia o la del ser querido, esté este último entre nosotros o ya haya pasado a mejor vida. Son los detalles más diminutos los que pintan muy bien las intenciones revulsivas del cine de Park como por ejemplo esa rosa que deben llevar los clientes de la mafia del trasplante underground, lirismo inusitado tratándose del mercado paralelo de los órganos, ese departamento saturado de ruido por los insoportables vecinos en el que conviven Ryu y su hermana, excusa para pintar la fraternidad celestial entre ambos porque ella no puede dormir y él se solidariza permaneciendo despierto a lo largo de la noche, la fantasía de Dong-jin en materia de volver a abrazar a su hija fallecida y toda mojada, alegoría sobre su culpa porque la nena le reclama por no haberle enseñado a nadar, la presencia de toda una familia fallecida de otro empleado que Dong-jin echó de la empresa a través de sus testaferros burocráticos, Peng (Gi Ju-bong), lo que puede leerse como un intento de expiación del ex empresario porque en medio del suicidio masivo encuentra que un purrete (Yoo Hyun-Joon), vástago del mártir laboral, aún sigue con vida, así lo lleva al hospital y hasta se hace pasar por su progenitor aunque eventualmente muere también, y finalmente esos cuatro vecinos del segmento púber (Jeong Woo-sik, Lee Gi-ho, Yoo Jeong-hyeon y Shin Kyung-jin) que se masturban como locos escuchando a través de la pared lo que confunden con alaridos de placer cuando en realidad son gritos de dolor de la hermana siempre agonizante de Ryu, planteo que subraya la idiotez promedio del ser humano, la falta de verdadera conexión entre semejantes y la evidente facilidad con la que se malinterpretan las cosas al punto de que lo que para uno puede ser el paraíso para el que tiene justo al lado puede constituir el mismísimo infierno. Entre intertítulos símil cine mudo para el parecer del sordo y esta bola de nieve corrosiva e imprevisible cual condena en conjunto, Park además empareja una y otra vez a los miembros “normales” de la sociedad con los discapacitados en términos tanto negativos, pensemos para el caso en las obsesiones de venganza de los involucrados y el fetiche del retrasado del río con estirarse la ropa de manera maniática con la mano izquierda, sacar las piedras del sepulcro o robarle el collar a Yu-sun, como positivos, en este sentido hay que tener presente que el personaje citado de Ryoo es el que le pasa los datos del automóvil de Ryu a Dong-jin, lo que demuestra una memoria prodigiosa, y que el mismísimo Ryu arranca el relato empardado a un deficiente cognitivo y de a poco va despuntando como un campeón de la fuerza de voluntad más inquebrantable y/ o como una verdadera máquina de matar, de un modo similar a lo que ocurre con el oligarca burgués de Song, que pasa del parasitismo elitista estándar del nuevo capitalismo a una versión más humana que se desprende de todas sus posesiones en pos del desquite, reconoce las buenas intenciones detrás de la cruzada de su contraparte y hasta intenta salvar, como decíamos con anterioridad, al hijo de su primera víctima real, Peng, quien incluso ensaya un harakiri/ seppuku ante el mandamás en plena calle cortándose el torso con una trincheta, en suma otro ingeniero que engrosa las filas del ejército de reserva de trabajo para siempre mantener los salarios bajos y las ganancias elevadas. A pesar de sus pinceladas cuasi surrealistas y su mordacidad todo terreno, Sympathy for Mr. Vengeance va mucho más allá en lo que atañe a las ráfagas de violencia hiriente y el verosímil descarnado que el cine hollywoodense, europeo y de buena parte del planeta que respeta ese modelo productivo actual lavado y por demás inofensivo, algo que el realizador logra gracias a su sequedad discursiva, la implacable e imaginativa fotografía de Kim Byeong-il y la genial utilización del campo de lo “no dicho” y del recurso de apenas darle pistas aisladas al espectador y dejar que su inteligencia construya el panorama de la odisea tragicómica en cuestión. Los seres creados por Park se abren camino sin meditar en las consecuencias que generan sus actos, centrándose de manera exclusiva en las causas de los mismos, léase los dolores y agravios sufridos. Esta percepción egoísta y pragmática genera los progresivos intentos de nivelar la balanza del daño recibido y el daño infligido, por ello los constantes ajustes de cuenta provocan una fuerza centrífuga que aleja a cada una de estas pequeñas venganzas de la deseada nivelación, de la satisfacción perseguida. Así como la sordera del ex operario pone en el tapete el sustrato infantil/ inocente de los personajes y esa falta natural de conciencia para con su misión, la militancia de izquierda radical de Yeong-mi, una que Choi y sus colegas policías confunden con un colectivo de un único integrante, le sirve al cineasta para tirarle dardos a los conglomerados capitalistas, al nuevo liberalismo hambreador que privilegia la especulación por sobre el trabajo y a la preeminencia en general en Corea del Sur de productos estadounidenses, aunque el personaje asimismo sirve para ridiculizar en parte a la nueva izquierda contemporánea que en ocasiones se victimiza fagocitando causas ajenas, recordemos que la muchacha conoce a Ryu en un colegio al que ingresó haciéndose pasar por sorda, o cae en estupideces doctrinarias ortodoxas dignas de los fanáticos ciegos que endiosan regímenes ya indefendibles, basta con pensar que Yeong-mi intentó ocultarse en un bote para ingresar a Corea del Norte, su edén comunista, y así fue descubierta por unos pescadores al quedar atrapada a puro patetismo en una red. Los dos extremos de la comunidad, la pobreza y la opulencia, aquí terminan siendo funcionales a un entramado del delirio humano en donde nadie está exento de una sutil complicidad o castigo y los juicios absolutos no duran mucho porque las excepciones parecen ser mayoría.

 

Sympathy for Mr. Vengeance (Boksuneun Naui Geot, Corea del Sur, 2002)

Dirección: Park Chan-wook. Guión: Park Chan-wook, Lee Jae-soon, Lee Moo-young y Lee Yong-jong. Elenco: Song Kang-ho, Shin Ha-kyun, Bae Doona, Han Bo-bae, Im Ji-eun, Lee Dae-yeon, Ryoo Seung-bum, Gi Ju-bong, Yoo Hyun-Joon, Lee Yoon-mi. Producción: Park Myeong-chan, Lim Jin-gyu y Lee Jae-soon. Duración: 121 minutos.

 

 

Oldboy (Oldeuboi, 2003):

 

A Oldboy (Oldeuboi, 2003) conviene pensarla como una suerte de inversión de Sympathy for Mr. Vengeance (Boksuneun Naui Geot, 2002), tanto a nivel formal como temático: mientras que esta última adoptaba un ritmo narrativo aletargado, jugaba con un clasicismo sardónico permanente y exploraba el frenesí de las revanchas cruzadas impulsivas que caen una y otra vez en arrebatos de violencia, pequeño huracán que no sólo escapa al control de los protagonistas sino que en ocasiones impone su presencia sin que los susodichos lleguen a entender del todo -o siquiera tomen conciencia- del embrollo en el que están metidos, Oldboy, en cambio, se abre camino como una de las primeras “películas collage” del Siglo XXI, reemplaza en buena medida las ironías de antaño por un lirismo fragmentado y bien posmoderno y en especial indaga con precisión no en la impetuosidad o el sustrato exaltado irreflexivo de las carnicerías y los martirios sino en la construcción cerebral de la venganza en cuestión llevada al extremo de la locura, una enajenación relativamente genial por el cuidado maniático del plan de fondo pero no por ello menos chiflada y psicopática al nivel de traer a colación la enorme capacidad del ser humano para el mal, aquí empardado a una cruzada de desquite cuyo horizonte espiritual vuelve a ser la utopía del emparejamiento entre la infracción y la pena subsiguiente o un perdón sincero que tiene más que ver con una vida destruida en igual proporción que con una promesa de metamorfosis identitaria futura por parte del infractor, culpable o simplemente sujeto que arrastra el mote de haber iniciado una pequeña debacle prosaica por sus ínfulas y su egolatría. Park, en este sentido, para adaptar el manga homónimo, escrito por Garon Tsuchiya, ilustrado por Nobuaki Minegishi y publicado entre 1996 y 1998 en la revista Weekly Manga Action de la editorial japonesa Futabasha, por un lado recurre a dos de sus tópicos preferidos de siempre, el encierro o privación de la libertad y ese condicionamiento psicológico que roza la fantasía surrealista marca registrada del señor, y por el otro lado se despacha con un verdadero arsenal visual que abandona el clasicismo tácito aunque algo freak de Sympathy for Mr. Vengeance, hablamos de un combo que incluye sus queridas tomas cenitales, cámaras en mano documentalistas, constantes travellings, chispazos exquisitos de CGI, planos fijos para secuencias sin cortes, diversos picados y contrapicados, algunos fundidos muy imaginativos, tomas subjetivas, muchos flashbacks y juegos varios con la contraposición entre lo que acontece en primer plano y lo que sucede en el fondo, entre otros recursos que asimismo posicionan a Oldboy como una de las faenas que mejor han aprovechado los lenguajes de los videoclips, la publicidad y hasta la virtualidad de los ordenadores, Internet y los videojuegos. El relato comienza en 1988 con el arresto de Oh Dae-su (Choi Min-sik), un ejecutivo de negocios, borrachín pendenciero y evidente mujeriego que se pierde el cumpleaños de su hija pequeña por pelearse y armar escándalo muy bebido a la salida del trabajo. Luego de amargarles la vida a los policías es retirado de la comisaría por su amigo de toda la vida No Joo-hwan (Ji Dae-han), otrora compañero de colegio, pero durante el transcurso de una llamada telefónica desde una cabina pública es secuestrado de repente y confinado a una cárcel que se asemeja a una habitación de hotel de mala muerte, donde pasará los siguientes 15 años mientras le entregan la comida por una trampilla de la puerta y lo duermen regularmente con gas símil Valium para asearlo, extraerle sangre o llevarse un vaso con sus huellas dactilares, detalles que tienen que ver con la movida de inculparlo por el asesinato a cuchillazos de su esposa, Kim Ja-hyun (Jo Sang-gyeong), para lo que plantan en la escena del crimen hemoglobina del reo y su vaso. Obsesionado con una rauda venganza contra sus captores, Dae-su se entrena como un boxeador, lleva un diario de su encierro, mira televisión compulsivamente, se tatúa los años de presidio, excava un agujero en la pared y tiene fantasías en las que unas hormigas lo cubren por completo o salen desde el interior de sus venas. Justo cuando pensaba que le llevaría apenas un mes más poder escapar, es noqueado por el gas e hipnotizado por una hermosa señorita, Yoo Hyung-ja (Lee Seung-shin), previo a su puesta en libertad en una azotea cubierta de césped de un edificio, lugar en el que se topa con un hombre dispuesto a suicidarse saltando al vacío con un caniche en sus brazos (Oh Kwang-rok), el cual pregunta “aunque no sea mejor que una bestia, ¿acaso no tengo derecho a vivir?”. Dae-su le narra su martirio pero no se queda a escuchar el de su contraparte, por ello se marcha dándole la espalda a la muerte del sujeto y su perro. Después de pelearse con unos pandilleros y de recibir de un vagabundo un celular y una billetera con dinero dentro, ingresa en un restaurant de sushi de Seúl donde conoce a Mi-do (Kang Hye-jeong), una bella y joven chef, y se desvanece a posteriori de recibir una llamada de su verdugo, quien lo insta a averiguar la razón del encarcelamiento, y de comerse un pulpo vivo, arrancándole la cabeza de un mordiscón. El ex cautivo es llevado por la chica a su departamento, la cual también tiene alucinaciones con hormigas, incluso viéndolas como pasajeros del metro, y reconoce que está interesada en él pero aún no desea tener sexo, por ello lo rechaza con un cuchillo cuando intenta violarla en el baño. Dae-su desiste de buscar a su hija al enterarse de que fue adoptada por una familia de médicos suecos y en apariencia vive en Estocolmo, optando por encontrar el restaurant de comida china al que sus carceleros encargaban las empanadillas con las que solían alimentarlo, El Dragón Azul. Siguiendo a uno de los repartidores finalmente encuentra el presidio, uno privado en el que los clientes pagan por mantener cautivos a sus presas, y se enfrenta a una legión de matones con un martillo y sus puños curtidos luego de interrogar y torturar al jerarca del establecimiento, Park Cheol-woong (Oh Dal-su), extrayéndole una simpática colección de dientes. El protagonista se topa brevemente en la calle con el responsable y luego escucha una grabación de su voz que le ofreció Cheol-woong, donde aclara que Dae-su “habla demasiado” y el mandamás de la prisión reconoce que le suministraron a través de la bebida un fármaco para mitigar la esquizofrenia y evitar que enloquezca del todo durante los 15 años de reclusión desoladora. Al recurrir a Joo-hwan, en 2003 dueño de un cibercafé, halla al ideólogo del calvario y su guardaespaldas, el millonario Lee Woo-jin (Yoo Ji-tae) y el artista marcial gélido Señor Han (Kim Byeong-ok), dándole el primero cinco días para que descubra el motivo de todo si pretende que no mate a Mi-do y el propio Woo-jin se suicide sin desvelar el misterio, dilema que lleva al ex ejecutivo a privilegiar su curiosidad en pos de la verdad en detrimento de la revancha en sí, una que de todos modos no puede encarar a toda pompa cruenta como quisiera por la debilidad de un Lee con un marcapasos en su pecho que puede apagar cuando guste mediante un mando a distancia/ control remoto. Woo-jin detiene a Cheol-woong, que toma de rehén a la chef y luego a Dae-su por un dato pasado por el propio villano, enviando a Han con un maletín lleno de wons para que no torture y asesine al protagonista, quien se marcha de la capital junto a Mi-do y eventualmente ambos intercambian fluidos en la intimidad de una habitación de hotel, donde al día siguiente descubren de regalo la mano izquierda de Cheol-woong, esa que Oh había prometido cortarle por haber tocado los pechos de la chef. Consciente de que tiene un micrófono oculto plantado por el magnate, se lo hace sacar del taco de un zapato por un especialista y ayudado por su amigo y distintas figuras de su pasado descubre que asistió al mismo colegio que Woo-jin y la hermana fallecida de éste, Lee Soo-ah (Yoon Jin-seo), motivando que Lee mate a Joo-hwan con un compact disc roto porque acusa de puta sucia a Soo-ah. Dae-su deja encerrada a Mi-do en la nueva prisión de Cheol-woong, quien tuvo que mudarse por todos estos problemitas y ahora detesta a Woo-jin debido a que le cortó una mano, y así encara al millonario y comprende que debería preguntarse no tanto por qué lo encerraron sino por qué lo liberaron, ya que de hecho siendo un estudiante secundario (Oh Tae-kyung) vio a Lee (Yoo Yeon-seok) cometiendo incesto con su hermana, algo que le contó al joven Joo-hwan (Woo Il-han) y éste a posteriori desperdigó por toda la escuela sin saber que el muchacho en cuestión era Woo-jin, señor que pasados los años planificó la captura de Dae-su y una doble hipnosis para encauzar el enamoramiento entre el ex reo y Mi-do, su hija, por ello el condicionamiento comenzó su marcha en el restaurant de sushi cuando ella toca la mano de su progenitor y futuro amante y el susodicho se desmaya. Ofuscado por el ajuste de cuentas ya que Soo-ah se suicidó tirándose desde un embalse porque los rumores desatados por Dae-su la llevaron a creerse que estaba embarazada de su hermano, Lee amenaza a Oh con contarle a su hija acerca del incesto aunque termina perdonándolo luego de verlo humillarse al comportarse como un perro y cortarse la lengua con unas tijeras que utilizó para atacar al Señor Han, quien fallece de un disparo de su jefe momentos después. Antes de pegarse un tiro en la sien en un ascensor Woo-jin, quien se cuestiona su razón de ser ahora que su venganza se ha consumado, deja caer el mando a distancia de su marcapasos pero resulta una mentira porque al accionarlo Dae-su descubre que es apenas el control remoto de un estéreo con la grabación de él y su hija teniendo sexo. Desesperado por olvidar que Mi-do es su vástago, el protagonista recurre a Hyung-ja, a la que convence con aquella expresión fatalista del suicida, “aunque no sea mejor que una bestia, ¿acaso no tengo derecho a vivir?”, para que lo someta a hipnosis una vez más y le garantice el olvido inmediato sin que quede claro en última instancia si la sesión funcionó porque en el abrazo final entre él y la muchacha Dae-su pasa progresivamente de una sonrisa a un rostro de dolor silente. Como en Sympathy for Mr. Vengeance y Joint Security Area (Gongdong Gyeongbi Guyeok JSA, 2000), Park construye en Oldboy una propuesta retórica muy compleja aunque ahora jugando a pleno en el terreno de ese preciosismo laberíntico por el que sería conocido a futuro, tendencia al embellecimiento de las imágenes pero sin jamás descuidar la riqueza discursiva, la visceralidad anímica, los comentarios sociales ácidos y sobre todo el maravilloso trabajo del elenco, hoy por hoy con un glorioso duelo actoral entre Yoo Ji-tae y el inefable Choi Min-sik, intérprete de una enorme garra que experimenta una transformación física y mental en verdad terrorífica y literalmente pasa de arrancarle la cabeza a un pobre pulpo a ladrar como un perro y lamer los zapatos de Woo-jin, un demonio virulento real que se suele cagar de risa de su desorientada víctima y de los callejones sin salida a los que la confina sin cesar a lo largo y ancho de la trama. De hecho, así como la relación incestuosa del ex ejecutivo y Mi-do arrastra connotaciones lejanas de la mitología griega y especialmente de la figura de Edipo, quien sin saberlo mató a su padre y se casó con su madre, el rol maquiavélico y de titiritero en las sombras de Lee se parece en parte al del científico protagonista de Frankenstein o el Moderno Prometeo (Frankenstein or the Modern Prometheus, 1818), de Mary Shelley, analogía reforzada constantemente por el relato mediante la identificación de Oh para con su doble condición monstruosa, primero por las barrabasadas que lleva a cabo en nombre de su búsqueda de justicia/ desquite ético, martillazos de por medio, y segundo a raíz de su quid de marioneta tragicómica de un Woo-jin que anhela -y vive para- un emparejamiento en suplicio entre ambos hombres con la meta de que se dupliquen las mismas condiciones de su amor hacia Soo-ah y de ese óbito en el puente del embalse, por ello la palabra homicida implícita de Dae-su, aquella que provocó el cotilleo del sistema educativo y la homologación de la chica a una meretriz o una promiscua, se contrapone con la renuncia consciente a su lengua del desenlace cual castigo que corrige aquel chisme que derivó en palabrería, fabulaciones sociales, mentiras, paranoia, somatización del delirio y finalmente muerte, para colmo con su hermano sosteniendo a la adolescente momentos antes de su caída hacia el vacío. Esta relación de espejo entre ambos bandos en pugna, la debilidad física y el poderío económico contra la fortaleza corporal y los recursos monetarios nulos, a la par víctimas y victimarios de una red intrincada de arremetidas y contraarremetidas, los hace prisioneros del odio recíproco y de una competencia de posiciones en la que no hay ganadores posibles porque el daño irreparable ya marcó la piel, el intelecto y el pasado de cada uno, de allí surge esta quimera de justificación de la propia existencia en tanto camino de ida -y no de vuelta- hacia el acto de reventar al juzgado enemigo a lo misión atávica irrenunciable empardada a la pulsión de muerte. Nuevamente son las minucias aquellas que mejor pintan el trasfondo conceptual del convite y las intenciones del guión de Park, Hwang Jo-yun y Lim Jun-hyung, pensemos en la canción que ella le canta como indicio de que ya está dispuesta al intercambio erótico, señal de la inocencia semi poética del personaje desde el vamos, en el hecho de que Mi-do venía chateando sobre sushi con Lee desde hacía tiempo sin tener conocimiento de todo lo que se venía, alegoría acerca del fantasma comunal posmoderno del extraño en el hogar sin que los anfitriones detecten el peligro, en la presencia de hormigas con motivo de los desvaríos solitarios de padre e hija, insecto que se mueve en grupos gigantescos y por ello representa la locura latente de la colectividad y el ansia de redención pública de quien se aparta del resto de los mortales por un pesar muy enquistado en el corazón, en el detalle de que el magnate le revela a Dae-su en las postrimerías de la historia que le entregó a Cheol-woong el edificio de su nueva prisión a cambio de su mano, enfatizando que el personaje de Oh Dal-su es otro de esos clásicos mercenarios -sin más credo ni ideología que el dinero- de los que está lleno el cine de Park, siempre amigo de denunciar la cultura del capitalismo salvaje y la desaparición de los ideales humanistas ya que el mandamás de la mazmorra privada por unos billetes o un inmueble es capaz de desprenderse de partes de su cuerpo, renunciar a su venganza por los dientes extraídos o simplemente simular cambiar de bando como de calzoncillo, y finalmente en los latiguillos retóricos que condimentan la faena, desde la frase citada del suicida, especie de adelanto encriptado del tabú del incesto por venir, hasta lo que le dice el millonario por teléfono al principio, “en el agua un grano de arena o una roca se hunden igual”, paráfrasis nostálgica tanto de la muerte de Soo-ah como de la mínima aunque crucial intervención de Dae-su en el asunto, y ese refrán que puede leerse al pie de un retrato colgado del muro de la cárcel de un sujeto grotesco que no se sabe si está riendo o llorando, al igual que el Oh del remate de este neo film noir de la memoria y la animadversión, “ríe y el mundo reirá contigo, llora y llorarás solo”, otra exégesis de una soledad hermanada a la obsesión, la vendetta y la espiral de atropellos aunque también sinónimo de una responsabilidad individual elogiable en el reino del egoísmo supremo, ese que está en los buenos momentos y se borra en los malos porque nadie quiere arrastrar peso muerto especialmente cuando está nadando hacia arriba, o por lo menos cuando así lo cree según el sueño mentiroso del progreso y el ascenso social hedonista. La triste destrucción del tiempo de vida, el desapego banal para con el prójimo, los traumas subrepticios de la pubertad, el sadismo que extrae placer del martirio ajeno y los pormenores del arte de la manipulación omnisciente son algunos de los factores que dicen presente en la obra maestra de un Park aquí muy preocupado, de manera adicional, por la dependencia esclavista entre los sujetos, la complementariedad malsana de por medio y la dialéctica de los rumores que yendo de lo particular a lo social y viceversa desarticulan toda estabilidad como una intrusión que es padecida en carne viva por algunos, Lee y su hermana, e ignorada y cuasi olvidada por otros, Dae-su y su compinche Joo-hwan, en suma juegos de impunidad, prepotencia y desinterés del que tacha al otro de cruel para justificar sus propias embestidas impiadosas. Entre escenas revolucionarias para su momento, como la del pulpo o la toma fija del combate con el martillo contra los esbirros del mandamás del presidio, y una subversión melodramática que lleva al extremo del terrorismo el viejo tabú del incesto, presente desde siempre en el folletín pero sublimado en diversas relaciones secundarias por parte de los involucrados en cada epopeya sentimental, Oldboy sería objeto de dos remakes espantosas, la hindú del 2006 a cargo de Sanjay Gupta y la norteamericana del 2013 a instancias de Spike Lee, e incluso nos regala uno de los finales más oníricos, desesperanzadores y nihilistas del nuevo milenio no por la autodenigración de Dae-su ante Woo-jin para que Mi-do no sepa la verdad sino por la idea posterior del ex ejecutivo de recurrir a la hipnotizadora para recuperar la ignorancia de antaño en tanto sutil panacea que conceda la anhelada paz de conciencia, reconocimiento de que a veces sólo se puede vivir en el oscurantismo ya que la realidad se asoma como un obstáculo infranqueable para la existencia cotidiana, un peso tan enorme y tan angustiante que nos obliga a dejar de ser adalides de la cognición para quedar reducidos a bestias que hacen del instinto primario y la ausencia de un esquema moral caprichoso sus herramientas fundamentales para sobrevivir.

 

Oldboy (Oldeuboi, Corea del Sur, 2003)

Dirección: Park Chan-wook. Guión: Park Chan-wook, Hwang Jo-yun y Lim Jun-hyung. Elenco: Choi Min-sik, Yoo Ji-tae, Kang Hye-jung, Ji Dae-han, Kim Byeong-ok, Yoon Jin-seo, Oh Dal-su, Lee Seung-shin, Oh Kwang-rok, Yoo Yeon-seok. Producción: Lim Seung-yong y Kim Dong-joo. Duración: 120 minutos.

 

 

Sympathy for Lady Vengeance (Chinjeolhan Geumjassi, 2005):

 

Más que sólo ofrecer una perspectiva femenina en lo que respecta al tópico de la revancha, algo que por cierto ya había sido trabajado en el pasado en sus dos acepciones principales y en este sentido basta con recordar aquella inocencia de Mi-do (Kang Hye-jeong) de Oldboy (Oldeuboi, 2003) y la complicidad manifiesta de Cha Yeong-mi (Bae Doona) de Sympathy for Mr. Vengeance (Boksuneun Naui Geot, 2002), Park en Sympathy for Lady Vengeance (Chinjeolhan Geumjassi, 2005) explora al detalle tres temáticas que ya estaban presentes en las realizaciones citadas aunque de manera tangencial, dejándole todo servido al director y guionista para que las aproveche al máximo en esta oportunidad: hablamos primero de una hipocresía vinculada más a los favores restituidos que a la simple manipulación, por ello nuestra protagonista de turno, Lee Geum-ja (Lee Young-ae), apuesta a congraciarse con diferentes personas para luego cobrar las atenciones recibidas dentro de su propia cruzada personal, segundo del peso de la culpa por acciones pasadas que en el fondo no pueden ser corregidas y por ello lo que se busca es la recompensa ética del castigo sobre el eslabón corruptor de la cadena social, así Geum-ja no puede sacarse de encima el haber participado cuando adolescente en el secuestro de un purrete de cinco años, Won-mo (Nam Song-woo), y apuesta por desquitarse de quien la condujo hacia el delito y ese vendaval que vendría a posteriori, su ex docente el Señor Baek (regresa Choi Min-sik, de Oldboy), y tercero de una suerte de justicia colectiva nuevamente homologada a la venganza pero ya dentro de lo que sería una hermandad delictiva de secuaces expresos que no pueden delatarse los unos a los otros debido a que ello sería inmolarse en conjunto, esquema que aparece en el último acto de Sympathy for Lady Vengeance ya que con la captura de Baek salen a la luz sus diversas fechorías y la protagonista insólitamente decide colectivizar la carnicería llamando a las familias de las víctimas infantiles para que se desahoguen golpeando, torturando, mutilando o simplemente insultando o preguntándole las razones de fondo al responsable máximo. Más allá de esta dimensión ideológica de siempre de los convites de Park, vinculada a una izquierda sarcástica que sabe muy bien cuándo burlarse de los parásitos sociales y cuándo ponerse seria para capturar el dramatismo de la situación, en lo que atañe a la capa formal en sí, una faceta por demás crucial en el acervo paradigmático del cineasta, la película que nos ocupa está dividida en dos partes que utilizan de distinto modo la espléndida fotografía de Chung Chung-hoon, un primer capítulo plagado de colores vivos que recupera el ritmo veloz, el cinismo y el desparpajo intrincado de la imaginería de Oldboy, correspondiente a la preparación escalonada de la arremetida de Lee contra Baek, y un segundo acto en el que los tonos grises y el humor negro van dejando lugar a un blanco y negro hecho y derecho construido alrededor del perfeccionismo obsesivo, el manto lírico, la ajustada e inspirada puesta en escena y aquel clasicismo sutilmente irreverente de Sympathy for Mr. Vengeance, tramo que deambula en consonancia con la connivencia de los afectados por el derrotero criminal del maestro de primaria y secundaria y que incluso tiene que ver con la idea de no poner tan en primer plano el gore efervescente de antaño para privilegiar en cambio el sustrato psicológico de los personajes -y sobre todo el de la protagonista, Geum-ja- y las claras referencias a un film noir que aquí es homenajeado mediante el blanco y negro, la crueldad entrecruzada, una banda sonora operística y la rusticidad decadente de esa escuela abandonada donde Lee tiene cautivo a su verdugo reconvertido en víctima, alegoría para con la putrefacción metropolitana promedio del policial negro. La historia en realidad es minúscula, está complejizada por el estilo en mosaico característico de Park, hoy lleno de flashbacks y flashforwards pero asimismo de ensoñaciones y soliloquios introspectivos de personajes que hacen las veces de narradores complementarios por etapas, y se centra en la mencionada Geum-ja, quien a los 18 años queda embarazada de un chico cualquiera, no desea recurrir a sus padres divorciados y no tiene mejor idea que apelar a su ex docente, Baek, quien la cobija a cambio de sexo y asistencia en sus actividades delictivas. Menos de un año después de empezar a convivir con el personaje de Choi, la muchacha descubre que el hombre, un profesor de inglés en colegios de barrios de clase alta, odia a los niños y por ello adora secuestrarlos, torturarlos mientras filma una obra snuff y finalmente matarlos para de inmediato pedir un rescate por ellos a sus padres utilizando como prueba de vida las grabaciones de los ahora cadáveres, todo con el objetivo de comprarse un yate. Como la policía encuentra a un testigo que identifica a Lee mientras llevaba al baño al raptado, el maestro opta por retener a la beba de Geum-ja para forzarla a que se inculpe por el asuntillo de Won-mo, a quien Baek mató raudamente porque no dejaba de llorar y eso siempre le colma la paciencia. El oficial a cargo del caso, el Detective Choi (Nam Il-woo), sabe que la mujer es inocente pero sigue adelante con la farsa por la presión en términos de encarcelar a una Lee que argumenta que la muerte fue accidental, ya que deseaba contener el llanto del nene con una almohada, y que se transforma a su pesar en una celebridad mediática por su corta edad, su belleza, su rostro angelical y el sadismo de la acometida criminal en sí. A la señorita le lleva 13 años, entre 1991 y 2004, recuperar su libertad y en la prisión se gana a diversas figuras que le servirán en el afuera de los muros y los barrotes y que la ayudan a crear una imagen de presa modelo tendiente a realizar actos desinteresados o benévolos, así utiliza a un predicador cristiano sin nombre (Kim Byeong-ok, también ya visto en Oldboy) para apuntalar su fama celestial, a una tal Kim Yang-hee (Seo Young-ju), ex prostituta, peluquera y su amante lésbica en el presidio, para que le brinde alojamiento gratuito, a un pastelero japonés de nombre Señor Chang (Oh Dal-su, otro regreso de Oldboy), ex profesor de repostería de la prisión, para que le dé trabajo en su tienda de Seúl, a una ladrona de bancos llamada Woo So-young (Kim Boo-seon), mujer a la que le dona un riñón, para que su marido (Ko Chang-seok) le confeccione un revólver personalizado cuyo plano a su vez le regaló una espía comunista avejentada con Alzheimer, Ko Seon-sook (Kim Jin-goo), y a la pobre Oh Su-hee (Ra Mi-ran), señorita que padecía incesantes violaciones cortesía de la gigantona Ma-nyeo alias Bruja (Go Soo-hee), una psicópata que asesinó a su esposo y su amante y después se los comió, fémina a la que Lee primero hace resbalar con jabón en el baño y luego envenena hasta la muerte con lavandina a lo largo de tres años con el fin de que Su-hee le haga en plata una escultura alegórica de su cruzada que ella misma diseñó. Luego de amputarse el dedo meñique ante los progenitores de Won-mo (Kim Ik-tae y Lee Yeong-mi), como si se tratase de un miembro de la yakuza nipona que está pagando un agravio frente a sus superiores, y de comenzar una relación romántica con un empleado del local del Señor Chang, Geun-shik (Kim Si-hoo), púber de la edad que Won-mo debería tener si todavía estuviese vivo, Geum-ja ingresa durante la noche en una dependencia estatal para saber quién adoptó a su vástago y así descubre que ahora se llama Jenny (Kwon Yea-young), no habla nada de coreano y vive con un matrimonio australiano (Tony Barry y Anne Cordiner), donde la visita y por ello termina cayendo en las redes de la mocosa, quien primero amenaza con matarse con un cuchillo a menos que la lleve con ella a Seúl y luego le pide explicaciones por el abandono de 13 años, precisamente el período carcelario del que la nena nada sabe. Con Geun-shik, Jenny y un perro que compró, Lee marcha hacia el interior de Corea del Sur para dar con el colegio derruido donde pretende retener y matar a Baek y prueba el arma fabricada por el esposo de So-young con el can, así comienza la fase final de su plan de ajuste de cuentas cuando sincroniza tiempos con Park Yi-jeong (Lee Seung-shin), ex reclusa que compartió estadía con la protagonista y que sufría las palizas y una esclavitud tácita al servicio de Ma-nyeo, salvándola con la lavandina e instándola a convertirse en la esposa de Baek para poder drogarlo en la comida y llevárselo cuanto antes. El predicador cristiano, que se espanta cuando Geum-ja le dice que se convirtió al budismo, le saca una foto a Lee en un encuentro con Yi-jeong y se la muestra a Baek, quien contrata a dos sicarios (nada menos que Song Kang-ho y Shin Ha-kyun, los protagonistas principales de Sympathy for Mr. Vengeance) que no pueden cargarse a nuestra antiheroína porque después de una golpiza salvaje adelante de su hija uno fallece y el otro se queda sin una mano gracias a las dos únicas balas que dispara el revólver tuneado. Geum-ja rescata a una Yi-jeong lastimada por su esposo, éste ya noqueado por las drogas, y lo lleva al colegio abandonado para que oficie de traductor ante Jenny, la cual continúa pidiéndole la verdad y que se disculpe tres veces seguidas con ella, así le relata su calvario para que comprenda que necesita purgar sus pecados eliminado al docente, el agente corruptor de su vida, y le regala tres disculpas al hilo. Justo cuando pretendía matarlo Lee encuentra una retahíla de “trofeos” de otras víctimas de Baek, en esencia anillos, botones, canicas y prendedores para el pelo, y así recurre al Detective Choi, oficial que se siente culpable por no haber detenido al verdadero asesino y permitir que sigan los raptos y las muertes, y luego de pegarle un tiro en cada pie a su prisionero llama a las parentelas de turno y les muestra las grabaciones snuff efectuadas por el profesor antes de matar a sus cuatro víctimas pueriles. Cada clan se turna para desquitarse con el cautivo y al final todos limpian el enchastre, se sacan una foto -sello de su complicidad en la cruenta revancha- y se reúnen en la tienda de Chang después de enterrar el cuerpo y de que Geum-ja le dedique dos disparos en el cráneo. La ex reo y los miembros de las familias festejan el cumpleaños postergado de los nenes fallecidos y todos le pasan a Lee los números de sus cuentas bancarias para que les devuelva el dinero de los rescates, quien además les entrega los trofeos que Baek robó a los abducidos. A pesar de que lo hecho no tiene remedio, algo representado en una alucinación de las postrimerías del relato cuando ve en un baño a un Won-mo adulto (Yoo Ji-tae, también de Oldboy) que no la deja pedir perdón y le pone una mordaza en la boca como hizo ella con el maestro, Geum-ja se reconcilia de lleno con Jenny porque la chica prefiere a su madre biológica por sobre sus padres adoptivos, esos que llegan a Seúl desde Australia para buscarla, y acompañada por Geun-shik embadurna su rostro en un pastel blanco que simboliza la pureza que espera para su vástago mientras la niña la abraza. Sirviéndose de una estrategia narrativa que incluye desde herramientas hoy muy poco usadas como la pantalla dividida y las tableaux vivants/ pinturas vivientes, correspondientes a esos momentos descriptivos inertes típicos del acervo de Park, hasta un evidente apego al formato de las epopeyas de presidio y detalles poéticos maravillosos como la coloración del desenlace de los trofeos restituidos a sus respectivas parentelas, el cineasta en Sympathy for Lady Vengeance vuelve a erigir un lienzo tan adictivo como fascinante de los binomios paradójicos del devenir de los sujetos, no sólo el que abarca la maldad y la bondad en términos generales sino aquellos específicamente femeninos como el de la meretriz y la santa, el de la progenitora abandónica y esa otra abnegada todo terreno, el de la fealdad y la belleza caprichosa social, el del fariseísmo para agradar y el de la honestidad brutal y por supuesto el de la estupidez superficial aunque solidaria y el de la inteligencia que esconde oscuras intenciones; algo representado primero en la contraposición de los chispazos surrealistas, recordemos la fantasía macabra de ella de ejecutar a un Baek transformado en “perro trineo” o el detalle jocoso del retrato de Jenny mostrándose enojada ante su madre biológica durante su visita a Australia, segundo en los apodos paralelos que acumula en el penal el personaje de la estupenda Lee Young-ae, ya vista en Joint Security Area (Gongdong Gyeongbi Guyeok JSA, 2000), nos referimos a La Bondadosa, motivado por esa ayuda brindada a las internas que reclama por las buenas algo a cambio, y Bruja, mote que heredó al asesinar a Ma-nyeo y que pone de manifiesto que nadie podía negarle un favor a Lee porque caso contrario esa hipotética fémina conocería la furia glacial latente de Geum-ja, y tercero en la oposición conceptual entre por un lado la parodia hiriente de la religión que propone el film, simbolizada ésta en especial en la figura del predicador traicionero y en la luminosidad de CGIs místicos que irradia ella para sus colegas de encierro, y por el otro lado la homologación retórica entre el color blanco y la pureza inmaculada del que se arrepiente de sus crímenes pasados y ya no pretende volver a pecar, precisamente por ello la protagonista manda bien a la mierda al adalid evangelista al comienzo del relato, señor que la había tomado de ejemplo publicitario de reinserción comunal, la esperaba a la salida de la cárcel con un coro ultra ridículo todo vestido de Santa Claus e incluso llegó a ofrecerle un plato entero de un tofu más blanco que la nieve, y por ello también Geum-ja en el último acto, a posteriori de prescindir de esa fanfarria en pose y demacrada de las religiones organizadas, reproduce el gesto del predicador pero ya desde una sinceridad ideológica y humanista consagrada a su hija, tanto a sabiendas de que las manchas en su conciencia son imborrables como anhelando que Jenny no cometa sus errores de adolescente y lleve una vida mucho más en paz que la que le tocó en gracia a su progenitora, de allí ese tofu metamorfoseado bajo una tierna nevada en un pálido pastel contra el que estrella su cabeza por una redención asesina que no surtió el efecto deseado ya que continúa sintiéndose miserable. El realizador, como siempre, se toma su tiempo para un desarrollo de personajes exquisito que los comprende a pleno y no cae en los latiguillos berretas del cine hollywoodense o europeo de las últimas décadas, un ejemplo muy claro de esto es de hecho el remate señalado porque es el carácter imperfecto y sufrido de Lee el que termina de despertar el cariño de Jenny hacia ella, lo que en simultáneo pone en tela de juicio la quimera de las odiseas de revancha, léase la expiación tercerizada sanguinolenta, y por elevación enfatiza la eficacia maquiavélica del ser humano cuando se propone utilizar al prójimo como un medio para un fin, recordemos en este sentido la catarata de cómplices que tiene la protagonista en su misión cual cadena de favores que apelan tanto al miedo como a la fraternidad o camaradería entre marginados tras las rejas, hipocresía que se mueve en espejo con la del profesor y subraya la atracción mutua, ella construyendo falsos cofrades y él educando a purretes que detesta. El guión del director y Jeong Seo-kyeong analiza la fase posterior al ajusticiamiento y el vacío espiritual que deja a escala individual y comunitaria, pensemos para el caso en ese tribunal improvisado del final semejante a su equivalente de M (1931), de Fritz Lang, que se caga en el Estado y las instituciones porque lo suyo es una pesquisa tormentosa y desesperada por recuperar, aunque sea idealmente, algo de lo perdido. El odio y la melancolía, o el pecado y la penitencia o la satisfacción que se aleja y la aflicción que se acrecienta, determinan todos los movimientos de esta “Señora Venganza” que no busca otra cosa más que absolución, objetivo que se pretende alcanzar a través de comportamientos negativos/ supresores y positivos/ constructores, no obstante estos caminos aparentemente opuestos, la destrucción de una vida (el verdadero criminal) y el apuntalamiento de otra (su hija), constituyen las dos caras primordiales del obrar en este mundo, elementos necesarios para, entre otras cosas, cobrarse las atenciones recibidas. Pero a pesar de todo siempre queda el deseo inconsciente de volver a la integridad del principio, cuando la pureza era un estado constante y el actuar sin consecuencias aún se creía viable.

 

Sympathy for Lady Vengeance (Chinjeolhan Geumjassi, Corea del Sur, 2005)

Dirección: Park Chan-wook. Guión: Park Chan-wook y Jeong Seo-kyeong. Elenco: Lee Young-ae, Choi Min-sik, Kwon Yea-young, Kim Si-hoo, Oh Dal-su, Lee Seung-shin, Go Soo-hee, Kim Byeong-ok, Ra Mi-ran, Nam Il-woo. Producción: Jo Yeong-wook, Lee Tae-hun, Lee Chun-yeong, Beth Kono y J.J. Harris. Duración: 115 minutos.