Trust

Una granada entre nosotros

Por Emiliano Fernández

Hoy en día ya casi nadie recuerda a Hal Hartley, ignorancia del público o quizás memoria de corto plazo de por medio, sin embargo hubo una época en la que el director y guionista neoyorquino fue sinónimo de cine independiente con todas las letras dentro de una veta tragicómica muy cercana al acervo de otros colegas de las postrimerías del Siglo XX, como por ejemplo Jim Jarmusch, Richard Linklater, Todd Haynes, Cameron Crowe, Gregg Araki, Kevin Smith, Todd Solondz y los hermanos Joel y Ethan Coen, entre otros. Sin duda la fase de mayor prominencia artística del cineasta es aquella iniciática que abarca sus primeros cuatro largometrajes, hablamos de Simple Men (1992), una fábula grotesca y sensible sobre la dinámica familiar y las relaciones interpersonales en general, y la denominada Trilogía de Long Island, esa de The Unbelievable Truth (1989), Trust (1990) y Surviving Desire (1991), faenas románticas que hicieron del artificio filosófico y profundamente sarcástico su bandera e idiosincrasia. Si bien jamás conseguiría regresar al nivel de calidad de los comienzos, una fase en la que descubriría a luminarias de la actuación en línea con Martin Donovan, Adrienne Shelly, Robert John Burke, Karen Sillas y Edie Falco, la trayectoria de Hartley de todos modos posee una segunda etapa bastante digna que en términos prácticos hace de puente entre la gloria y la inevitable decadencia posterior, hablamos de otras tres realizaciones que se mueven en un terreno cualitativo intermedio, Amateur (1994), una coproducción con Francia protagonizada por Donovan y nada menos que Isabelle Huppert que retoma la vertiente semi criminal de Simple Men, Flirt (1995), un regreso conceptual a la Trilogía de Long Island aunque ahora con pretensiones más bien experimentales porque el film funciona como una antología de tres historias que utilizan los mismos diálogos pero en distintas metrópolis, Nueva York, Berlín y Tokio, y finalmente Henry Fool (1997), sin duda su trabajo más exitoso en taquilla y su última gran propuesta, en esencia otra de sus comedias negras con pinceladas existencialistas, absurdas, rockeras y/ o de sátira social.

 

Mucho antes de su doloroso período de declive profesional bajo la paradoja de querer abrir su carrera hacia otros formatos que demostraron no cuajar del todo con su humor seco o su idea insistente de privilegiar el desarrollo de personajes por encima del viejo arte de narrar una historia concreta, pensemos para el caso en la fantasía mitológica de The Book of Life (1998) y No Such Thing (2001), aquella insólita ciencia ficción de The Girl from Monday (2005) y el thriller de espionaje de Fay Grim (2006), esta última una secuela de Henry Fool que a su vez funciona como el capítulo intermedio de una trilogía de personajes repetidos y formatos muy diferentes que se completaría con Ned Rifle (2014), éste un opus con Aubrey Plaza y una retahíla de intérpretes fetiches del director -Liam Aiken, Parker Posey, James Urbaniak, Thomas Jay Ryan, etc.- que ofició en parte de “regreso espiritual” a las etapas inicial e intermedia al igual que la muy poco vista Meanwhile (2011), Hartley en Trust supo aprovechar con suma perspicacia el zeitgeist contradictorio de la frontera entre los años 80 y 90 en lo que a la cultura masiva se refiere, nos referimos a un clima de época particular en el que convivían -sobre todo en el acervo indie, vale aclarar, aunque el mainstream también reproducía la fórmula retórica hasta determinado punto- el formalismo de base esteticista, cierto decadentismo de pretensiones paródicas o más bien viscerales, un vanguardismo muy leve obsesionado con la elegancia visual/ sonora y un neoconservadurismo en materia del apego a los géneros clásicos pero sin la ingenuidad de antaño y desde una perspectiva de abordaje hermanada al pastiche posmoderno más irónico, mixtura que en el caso del amigo Hal está muy vinculada a la melancolía de James Joyce, la angustia claustrofóbica de Franz Kafka y el teatro del absurdo modelo Samuel Beckett, Tom Stoppard y Harold Pinter, amén de la influencia sobre todo colateral que en la producción del estadounidense tuvieron las diferentes hecatombes de su momento como el neoliberalismo reaganiano, la proliferación de yuppies estúpidos, el colapso de la parentela tradicional y la epidemia del SIDA/ HIV.

 

María Coughlin (Shelly) es una adolescente que en los primeros segundos del metraje le comunica a sus poco tolerantes padres, Jean (Rebecca Nelson) y John (Marko Hunt), que decidió abandonar el colegio secundario porque está embarazada y se va a casar con el padre del crío por venir, Anthony (Gary Sauer), un tarado cuya única preocupación en la vida es el fútbol americano y utilizar a la universidad como trampolín para desarrollar una carrera en la pata profesional del deporte. Luego de que su padre la llamase puta y ella le respondiese con un cachetazo, el hombre muere de repente de un infarto y así empieza una catarata de pequeños desastres en el devenir de María, colección que incluye el rechazo inmediato de su novio a la posibilidad de casarse o hacerse cargo del bebé, su indecisión a la hora de realizarse un aborto en una clínica especializada, su expulsión del hogar familiar por parte de su madre, quien además le promete que la tratará como una esclava y le hará la vida imposible de allí en adelante, y para colmo un intento de violación en una tienda de comestibles por parte del dueño (Tom Thon), al cual le quema un ojo con un cigarrillo justo luego de conocer a una mujer con problemas psiquiátricos, Rachel (Suzanne Costollos), que secuestra a un infante en la puerta del lugar porque ella y su esposo, Robert (Jeff Howard), perdieron a su hija muchos años atrás. En una casa abandonada Coughlin se encuentra con Matthew Slaughter (Donovan), un treintañero de pocas pulgas con antecedentes penales y una enorme facilidad para la reparación de electrodomésticos que vive con su padre abusón, fanático de la limpieza y veterano de la Guerra de Corea, Jim (John MacKay), así las cosas María y Matthew desarrollarán una relación platónica que comienza bajo el techo de Jim para después mudarse al domicilio de Jean y su otra hija, Peg (Falco), una divorciada algo amargada que perdió hace poco la custodia de sus dos hijos y que también está interesada en Slaughter, algo asimismo incentivado por la madre de ambas porque no desea que la púber cometa los mismos “errores” con los machos que las dos hembras mayores del clan.

 

Como en casi toda película de Hartley, Trust, film que tuvo un mínimo recorrido por los países de habla castellana bajo el título de Confía en mí, se centra en tres pivotes que hacen a la vida cotidiana de los sujetos, el trabajo, el amor y la familia, por supuesto subrayando a pura hilaridad el costado más alienante o nocivo de cada ámbito pero sin nunca perder ese atisbo de esperanza que nos permite seguir en la lucha a pesar de los múltiples escollos del camino y la tendencia al suicidio, detalle representado en pantalla mediante una granada que Slaughter le roba a su progenitor y que siempre lleva consigo, incluso mostrándosela a María cuando ella le comenta que pensó en matarse luego de enterarse que había provocado sin intención el óbito de su padre. Con ambos debiendo convivir con el odio de las primeras figuras de autoridad que conocen los mortales, Matthew porque al nacer terminó con la vida de su madre y María no porque se haya cargado a su padre, a quien Jean despreciaba, sino porque parece reproducir malas decisiones de antaño o el esquema de “matrimonio/ vástagos/ martirio de convivencia”, la pareja protagónica debe hallar un punto intermedio entre sus compulsiones, el entorno parasitario y las muchas expectativas acumuladas, así ella se busca un trabajo en una fábrica y se le asigna un torno y él debe volver a una planta de ensamblaje de monitores a la que renunció, Ruark Corporation, porque sus jefes (Matt Malloy y Hannah Sullivan) lo obligan a utilizar unas típicas placas defectuosas del nuevo capitalismo. Donovan está perfecto como un hombre iracundo y adepto a la calidad que sucumbe ante el personaje de la malograda Shelly, quien sería asesinada en 2006 a los 40 años de edad durante un robo, cuya esplendorosa María aporta el leitmotiv conceptual del film al homologar al amor con el respeto, la admiración y la confianza del título, sin duda la versión más sana del cariño entre iguales o distintos. Trust, en este sentido, es una maravilla del humanismo freak y astuto que sabe que siempre hay que conservar algo de cinismo para defenderse y salir de la apatía, de nuestra condición de siluetas y sombras de la sociedad…

 

Trust (Estados Unidos/ Reino Unido, 1990)

Dirección y Guión: Hal Hartley. Elenco: Martin Donovan, Adrienne Shelly, Rebecca Nelson, John MacKay, Edie Falco, Gary Sauer, Matt Malloy, Suzanne Costollos, Jeff Howard, Tom Thon. Producción: Hal Hartley y Bruce Weiss. Duración: 107 minutos.

Puntaje: 9