A sus cincuenta y cinco años el músico estadounidense Mark Lanegan no solo sigue entregando discos aclamados por sus fans sino que además puede vanagloriarse de haber publicado su segundo libro, Sing Backwards and Weep: A Memoir (2020), unas memorias que vienen a completar su trabajo anterior I Am the Wolf: Lyrics & Writings (2017), una colección de sus mejores canciones que incluye apartados con explicaciones posibles y anécdotas alrededor de las mismas.
Después del lanzamiento de su excelente disco Blues Funeral (2012), tal vez uno de sus mejores trabajos, los fans se prepararon para esperar largo tiempo por el regreso de su ídolo, que durante el nuevo milenio parecía abocado a las colaboraciones como la intensa experiencia con el grupo Queens of the Stoge Age o el aporte en el disco It’s Not How Far You Fall, It’s the Way You Land (2007), del dúo electrónico Soulsavers, compuesto por Rich Machin e Ian Glover. Blues Funeral había llegado ocho años después de su anterior lanzamiento, Bubblegum (2004), pero las predicciones suelen equivocarse y juzgar el futuro en base al pasado suele no ser una buena brújula. Cinco álbumes de estudio, una larga lista de EPs y colaboraciones con múltiples artistas, tan dispares como Unkle, Brian Reitzell y el músico electrónico alemán Not Waving, lo tuvieron ocupado desde aquel gran regreso.
Sus memorias, Sing Backwards and Weep, algo así como “cantando en reversa hasta llorar”, un título tan nostálgico como musical, fueron publicadas apenas unos días antes del lanzamiento de su último trabajo discográfico, Straight Songs of Sorrow (2020), y fue escrita en colaboración con el simpático y talentoso comediante, escritor y letrista de canciones Mishka Shubaky, un músico canadiense que se autodenomina un “smartass” y alterna entre shows, novelas, autobiografías y diversos trabajos.
En sus memorias Lanegan se encarga de pegarle a sus ex compañeros de Screaming Trees, banda legendaria del enclave grunge que no tuvo la espectacularidad ni las ventas de sus colegas de la escena emergente de Seattle, Nirvana, Pearl Jam, Alice in Chains, Mudhoney y Soundgarden, entre los más conocidos. En lo referido al guitarrista Gary Lee Conner, quien acusaba casi ciento veinte kilos de peso cuando estaba en la banda, Lanegan lo despacha como un gordo egoísta que se creía que cagaba oro aunque en verdad componía las letras más estúpidas del mundo, reservándole algunas palabras descarnadas tales como: “mucha psicodelia y flores entendidas por un gordo horrible que nunca se fumó un porro”. En medio de este tipo de frases muy duras, Lanegan también ejerce una fuerte autocrítica hacia su versión juvenil, describiendo la relación disfuncional con su familia, destacando sus ganas furiosas de escapar de Ellensburg, un pueblito pequeño al este del Estado de Washington, y profundizando sobre sus encuentros con la ley y su obsesiva colección pornográfica, que sería sustraída por el guitarrista de Alice in Chains, Jerry Cantrell.
Entre anécdotas de este estilo Lanegan habla de su vida como músico haciendo hincapié en su adicción a la heroína. El libro es, de hecho, en parte la historia de cómo el músico lidió durante casi toda su vida con esta adicción desde su juventud como una especie de juego que se convirtió en un problema serio para su salud, sin una moraleja ni un planteo moral pero tampoco banalizando el consumo de drogas como lo hicieron en algún momento Joe Perry y Steven Tyler, de Aerosmith.
Pero en las anécdotas es donde el fanático de Lanegan encontrará lo que busca, pequeñas historias como la atracción que sentía el músico por Kristen Pfaff, la bajista de la banda de Courtney Love, Hole, que moriría de sobredosis de opiáceos en 1994, dos meses después del suicidio de Kurt Cobain, un episodio de psicosis severa que involucra arañas parlantes de quien fuera el cantante de Alice in Chains, Layne Staley, que eventualmente se engancharía demasiado en las drogas y todo derivaría en su temprana muerte por un speedball de heroína y cocaína en 2002 a lo John Belushi, y hasta la desaparición de su compañera de drogas, la trabajadora sexual Shadow.
Claramente estas memorias se salen un poco de los estándares de las biografías de rock de la mano de estas casi cuatrocientas páginas de anécdotas furiosas que constituyen una gran oportunidad para conocer el detrás de escena del sin duda poco glamoroso Mark Lanegan, considerado por sus fans uno de los mejores cantantes de nuestro tiempo.
Sing Backwards and Weep: A Memoir, de Mark Lanegan, Hachette Books, 2020.