La algarabía tontuela y bien morbosa del slasher de las décadas del 70 y 80, el primero más nihilista y adusto que el segundo por razones sociales, políticas y culturales, ha derivado en el nuevo milenio en una infinidad de intentos por renovar la fórmula de siempre de “grupito de víctimas potenciales escapando de un maníaco homicida y fetichista”, un latiguillo que explicita el encanto y la hilarante simpleza de este subgénero del terror, o por el contrario mantenerse fiel a las reglas de antaño en pos de recuperar esa sensación de tren fantasma muy básico y sin demasiada historia o trama de por medio, jugada tendiente a una ortodoxia bienintencionada que suele desembocar en fracaso -justo como ocurre en la otra alternativa- porque el cinismo posmoderno ya casi no sabe disfrutar de la sencillez y está obsesionado con inventar significados para deconstruirlo todo desde la distancia emocional o quizás una superioridad moral y/ o histórica de cotillón, precisamente la orilla opuesta de un slasher primigenio que dependía sí o sí del involucramiento emocional más visceral o rústico. Si bien nos hemos topado con sagas estupendas en el Siglo XXI, como por ejemplo aquellas que empezaron con Terrifier (2016), de Damien Leone, y X (2022), de Ti West, además de películas individuales muy dignas como Vacancy (2007), de Nimród Antal, The Strangers (2008), de Bryan Bertino, You’re Next (2011), de Adam Wingard, Better Watch Out (2016), de Chris Peckover, Summer of 84 (2018), odisea de François Simard, Yoann-Karl Whissell y Anouk Whissell, y Talk to Me (2022), de Danny Philippou y Michael Philippou, a decir verdad la enorme mayoría de las relecturas contemporáneas de tamaña estructura narrativa es bastante floja y va directo al olvido a raíz de su soberbia e insistente intercambiabilidad.
Totally Killer (2023), obra muy disfrutable dirigida por Nahnatchka Khan y escrita a seis manos por David Matalon, Sasha Perl-Raver y Jen D’Angelo para Amazon Prime Video, recupera la efervescencia de otras épocas y quiebra la mala racha del mainstream del nuevo milenio en lo que atañe a los muchos intentos por satirizar el slasher o combinar de manera armoniosa la comedia negra y ese horror asimismo irónico de presas en eterna huida, un rubro que obsesiona a los ejecutivos hollywoodenses al punto de bombardearnos con una serie de realizaciones variopintas -algunas mucho más fallidas que otras- como The Final Girls (2015), de Todd Strauss-Schulson, Happy Death Day (2017), de Christopher Landon, Ready or Not (2019), de Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett, Freaky (2020), también de Landon, Bodies Bodies Bodies (2022), de Halina Reijn, y Thanksgiving (2023), de Eli Roth. La epopeya de Khan funciona como una versión mucho más humilde y cuasi pasatista del selecto grupo de propuestas recientes que en simultáneo han conseguido mimetizarse con los resortes centrales del slasher y supieron agregar algo nuevo o por lo menos muy propio a nivel discursivo, pensemos para el caso en el gore grotesco de Leone, los comentarios sociales y massmediáticos ácidos de West, la brutalidad desromantizadora de Summer of 84 o la experimentación formal de otro trabajo canadiense, In a Violent Nature (2024), faena de Chris Nash, por ello mientras que el grueso del mainstream continúa rodando remakes tácitas de Scream (1996), de Wes Craven, Khan y sus guionistas, en cambio, van más allá de la burla a Friday the 13th (1980), de Sean S. Cunningham, y apuestan por retratar desde la empatía y la calma el choque de la idiosincrasia actual con su homóloga de los años 80.
La protagonista crucial es Jamie Hughes (Kiernan Shipka), una adolescente que una noche concurre a un recital de Killer Instinkt, una banda neo glam, con su padre, Blake (Lochlyn Munro), y su mejor amiga, Amelia Creston (Kelcey Mawema), gran excusa para que un psicópata enmascarado y con un cuchillo asesine a la madre de la parentela en su solitario hogar, Pam (Julie Bowen), la cual recibe 16 puñaladas al igual que tres amigas suyas que 35 años atrás, en 1987, fueron reventadas con apenas 16 años de edad por el denominado Asesino de los Dulces 16/ Sweet 16 Killer, Tiffany Clark (Liana Liberato), Marisa Song (Stephi Chin-Salvo) y Heather Hernández (Anna Díaz). Después del acercamiento de un periodista con un podcast que le pasa un mensaje amenazante que recibió su progenitora en 1987, Chris Dubasage (Jonathan Potts), Jamie es acosada en una feria abandonada por esta flamante acepción del Asesino de los Dulces 16, sujeto enigmático que clava su cuchillo sobre la pantalla de una cabina de fotos que fue reconvertida por Amelia en una máquina del tiempo, a su vez un aparatejo que lleva a la púber hasta el día del primer homicidio, el 27 de octubre de 1987, dejándole todo servido para recibir la asistencia de la madre de su amiga, Lauren (Troy Leigh-Anne Johnson), y modificar el futuro impidiendo que el loquito se cargue a las tres ninfas, por cierto unas abusonas escolares tremendas lideradas por una Pam adolescente que nada tiene que ver con aquella paranoica y posesiva del futuro (Olivia Holt), en verdaderos lugares comunes del “terreno de caza” del slasher, hablamos de una fiesta en una casa suburbana, un encuentro más íntimo en una cabaña remota y desde ya el infaltable parque de atracciones aludido, en las postrimerías del Siglo XX lleno de público.
Contra todo pronóstico Totally Killer, conocida en el mundo hispanoparlante como Dulces y Sangrientos 16 o Sangrientos Dieciséis, no abusa en ningún momento del cinismo baladí posmoderno y se concentra en el misterio de fondo sobre la identidad del homicida, en el desarrollo de personajes tragicómicos en general y en el conflicto entre la mentalidad woke light de Jamie y el desparpajo de aquellos años 80 alejados de toda corrección política, de hecho evitando los sermones del Hollywood del Siglo XXI, desparramando one-liners muy graciosas y haciendo foco en características rimbombantes del pasado como la sensualidad, la confianza fácil, el racismo institucionalizado, la violencia sincera, la sororidad bordeando el cero, los prejuicios de todo tipo, la homofobia, un sentimentalismo semi ausente, el culto a la crueldad y la idiotez egocéntrica, las supersticiones, la tradición juvenil del bullying y la falta de conciencia ecológica. La película recicla con astucia la premisa de base de Back to the Future (1985), de Robert Zemeckis, de por sí una relectura naif de The Time Machine (1960), el mega clásico de George Pal, e incorpora sutilmente canciones como The Killing Moon (1984), de Echo & the Bunnymen, y Bizarre Love Triangle (1986), de New Order, y citas a Scream, Halloween (1978), de John Carpenter, Pieces (Mil Gritos Tiene la Noche, 1982), de Juan Piquer Simón, The Breakfast Club (1985), de John Hughes, y esa RoboCop (1987), de Paul Verhoeven, entre otros clichés del montón, no obstante sus mayores méritos están en el gran trabajo de Shipka, un ritmo siempre dinámico, diálogos amenos, esa doble sátira social -mojigatería hipócrita actual versus desfachatez freak de antaño- y una crítica final a la comunicación contemporánea y sus muchas mentiras, payasadas y truculencias…
Dulces y Sangrientos 16 (Totally Killer, Estados Unidos/ Canadá, 2023)
Dirección: Nahnatchka Khan. Guión: David Matalon, Sasha Perl-Raver y Jen D’Angelo. Elenco: Kiernan Shipka, Olivia Holt, Lochlyn Munro, Liana Liberato, Kelcey Mawema, Stephi Chin-Salvo, Anna Díaz, Jonathan Potts, Julie Bowen, Troy Leigh-Anne Johnson. Producción: Jason Blum, Greg Gilreath y Adam Hendricks. Duración: 105 minutos.