Tiempo de Vivir y Tiempo de Morir (A Time to Love and a Time to Die)

Víctimas y verdugos

Por Emiliano Fernández

Tiempo de Vivir y Tiempo de Morir (A Time to Love and a Time to Die, 1958) no sólo es la antepenúltima película en la carrera del genial Hans Detlef Sierck alias Douglas Sirk (1897-1987), cineasta alemán que se exilió en 1937 primero en Suiza y Países Bajos y después en Estados Unidos por la persecución del régimen nazi hacia su segunda esposa, la actriz judía Hilde Jary, sino también una de las grandes obras maestras del cine antibélico, aquí más que nunca cortesía de un guión parco e inteligente de Orin Jannings basado en la novela homónima de 1954 del célebre Erich Maria Remarque, un conscripto germano durante la Primera Guerra Mundial que luego volcó sus horrorosas experiencias en Sin Novedad en el Frente (Im Westen Nichts Neues, 1929), bestseller internacional que literalmente inventó el género literario de las memorias de veteranos de guerra e hizo explotar en popularidad sus equivalentes en el teatro y en el séptimo arte, basta con pensar que con el transcurso de los años sus libros fueron trasladados a la gran pantalla por gente como James Whale, Frank Borzage, John Cromwell, André De Toth, Georg Wilhelm Pabst y por supuesto Lewis Milestone, quien rodó Arco del Triunfo (Arch of Triumph, 1948) y aquella famosísima Sin Novedad en el Frente (All Quiet on the Western Front, 1930), recordado alegato pacifista narrado desde el punto de vista de los sueños deshechos de la juventud alemana de principios del Siglo XX a la que perteneció Remarque. Realizada justo antes del “canto del cisne” de Sirk, Imitación de la Vida (Imitation of Life, 1959), film esplendoroso protagonizado por Lana Turner, Juanita Moore, Susan Kohner y John Gavin, luego del cual el director se retiraría para vivir el resto de su vida en Suiza ya asqueado de Hollywood y considerando sus consecuencias más nocivas mediante el homicidio con un cuchillo de cocina en 1958 del violento amante de Turner, el mafioso Johnny Stompanato, por parte de la hija de la mujer, la adolescente loquita Cheryl Crane, Tiempo de Vivir y Tiempo de Morir recupera la perspectiva germana de Sin Novedad en el Frente y supera con creces las otras propuestas bélicas del realizador, hablamos de El Verdugo de Hitler (Hitler’s Madman, 1943), El Submarino Fantasma (Mystery Submarine, 1950) e Himno de Batalla (Battle Hymn, 1957), trabajos mayormente olvidados -salvo este último, con su intérprete fetiche, Rock Hudson- que palidecen bajo la luz del clásico ante nosotros, faena de una energía retórica atemporal.

 

Lejos de las dos grandes corrientes de su filmografía tardía de impronta semi trágica, nos referimos a los melodramas plenamente sociales como la citada Imitación de la Vida y sus homólogos ultra suntuosos de corte autoparódico camuflado en sintonía con Escrito en el Viento (Written on the Wind, 1956), Sirk en Tiempo de Vivir y Tiempo de Morir juega con una amalgama sutilmente ciclotímica -aunque siempre armoniosa o naturalista- entre las propuestas fatalistas del corazón y las odiseas de confrontaciones a gran escala que afectan de manera pesadillesca a la población civil, realización que por un lado, de hecho, forma parte del ciclo de esos melodramas por los que hoy por hoy es reverenciado el cineasta, aquel de Su Gran Deseo (All I Desire, 1953), Sublime Obsesión (Magnificent Obsession, 1954), Siempre Hay un Mañana (There’s Always Tomorrow, 1955), Lo que el Cielo nos da (All That Heaven Allows, 1955) y las señaladas Escrito en el Viento e Imitación de la Vida, y por el otro lado se acopla al antibelicismo de siempre de Remarque, ahora actualizado a la Segunda Guerra Mundial, pero con un marcado influjo autobiográfico por parte de un Sirk que definitivamente se apropia de la historia de turno, la del soldado de infantería Ernst Graeber (Gavin) y sus tres semanas de licencia para regresar a su terruño en medio de los cataclismos finales de un Tercer Reich que se venía abajo por el avance imparable de los Aliados, con el objetivo manifiesto de construir una metáfora de la duplicidad humana existencial, todos víctimas y verdugos, y de lo ocurrido a su vástago Klaus Detlef Sierck (1925-1944), único hijo del cineasta y muchacho surgido del primer matrimonio entre Sirk y la actriz teatral Lydia Brincken, una fanática que se unió al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán y retuvo la custodia del joven por el casamiento de su ex con la hebrea Jary, lo que produjo un distanciamiento entre padre e hijo que se agravó con el destierro y el inusitado éxito de Klaus como actor infantil y adolescente en el cine de propaganda nazi de la época, terminando muriendo a los 19 años de edad de un modo vulgar -en calidad de conscripto, precisamente- en una batalla en Ucrania correspondiente a las carnicerías del mentado Frente Oriental, por ello mismo el rodaje en locaciones de la República Federal de Alemania de Tiempo de Vivir y Tiempo de Morir trajo en la psiquis de Sirk todo el suplicio acumulado por aquel muchacho perdido en este delirio interimperialista de alcance global.

 

La historia en sí comienza en 1944, en el Frente Ruso-Alemán, en una unidad de infantería comandada por el Capitán Rahe (Dieter Borsche) y conformada por un espectro variopinto de soldados que van desde el psicópata nazi promedio símil espía militar de la Gestapo, Steinbrenner (Bengt Lindström), hasta un conscripto bien bisoño que no soporta el peso en su conciencia de asesinar a civiles bajo la falsa acusación de ser “guerrilleros”, Hirschland (Jim Hutton), púber que pronto se suicida pegándose un tiro con su fusil. Graeber, que se paseó por Francia, África y ahora lucha en la estepa rusa y lleva dos años sin recibir un permiso para regresar a Alemania y visitar a sus padres, por fin obtiene la esperada licencia de tres semanas pero al llegar a su pueblo descubre que el hogar familiar fue bombardeado y que sus progenitores están desaparecidos, recibiendo ayuda primero de un pobre hombre cuasi enloquecido que se quedó sin esposa e hijo (Alexander Engel) y luego de un colega castrense cuarentón, Boettcher (Don DeFore), que busca a su corpulenta/ rellenita esposa, Alma, y de un otrora compañero de escuela e hijo de un lechero, Oscar Binding (Thayer David), el cual trepó al escalafón de jefe político del distrito, lo que le permite ostentar una mansión con todos los lujos posibles y organizar orgías con furcias, mujeres esclavizadas que solicitan ayuda y hasta un cruel comandante de un campo de concentración, el demente peligroso de Heini (Kurt Meisel). Boettcher invita a Graeber a quedarse en la enfermería del cuartel militar local, donde conoce a un dandy con una pierna herida, Reuter (Keenan Wynn), que le entrega su uniforme de oficial para cortejar a Elizabeth Kruse (Liselotte Pulver), hija del médico familiar y una mujer solitaria porque su padre fue enviado a un campo de concentración por un comentario sobre la imposibilidad de Alemania de ganar la guerra. Ernst y Elizabeth se enamoran y se casan para que ella pueda cobrar 200 marcos al mes, sin embargo la joven recibe una citación de la Gestapo y él entra en pánico, por lo que concurre en su lugar y el teniente en cuestión (nada menos que Klaus Kinski) le entrega las cenizas del doctor, a las que entierra en secreto. Luego de contactos varios con un docente suyo que ayuda a judíos, el Profesor Pohlmann (Remarque), Graeber debe volver al frente y termina asesinado por un prisionero soviético al que había liberado matando a Steinbrenner, justo después de enterarse por una misiva de que será padre porque Kruse está embarazada.

 

Al muy complejo retrato de la idiosincrasia del pueblo germano del período, compasión que llevó a la aventura de Sirk a ser prohibida en Israel y en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y por cierto muy inusual en tiempos adeptos a la demonización cinematográfica automática de todos los alemanes por su afiliación entusiasta o complicidad silente para con el proyecto de expansión europea de los nazis, se suma el motivo del “amor y la esperanza en un futuro mejor durante el apocalipsis” que enmarca a la trama de modo permanente y se sostiene en tres pilares principales, léase los bombardeos sin cesar de la aviación británica, arremetidas desoladoras que incluyen la noche y el día y asesinan a civiles que nada tienen que ver con el conflicto, un dejo discursivo de thriller testimonial/ político que incluso llega al extremo del aparente acoso hacia la pareja protagónica, citación de la Gestapo a nombre de Elizabeth de por medio, y finalmente el análisis de este manto asfixiante de la dictadura hitleriana desde la insólita perspectiva de uno de sus secuaces fundamentales, un soldado que puede ser un conscripto pero participa en todas y cada una de las matanzas ordenadas por sus superiores como si fuera un autómata sin conciencia ni moral, subrayando el hecho de que Tiempo de Vivir y Tiempo de Morir no sólo explora las masacres y el hostigamiento represivo de ambos bandos, tanto en casa como en el extranjero, sino que asimismo indaga en tópicos delicados que jamás podrían haberse tocado con financiamiento del mainstream hollywoodense si los protagonistas fuesen norteamericanos en vez de alemanes, pensemos para el caso en temáticas como la rebeldía latente de las tropas, las limpiezas étnicas en zonas ocupadas, el ambiente de terror creado a la par por la autocracia chauvinista nazi y las descargas aliadas, la incompetencia del Estado a la hora de auxiliar a sus ciudadanos, el canibalismo comunal en medio de una crisis enorme, el tedio absoluto detrás del devenir marcial cotidiano, ya sea en el frente de combate o en la enfermería, las burbujas de una oligarquía plutocrática que desconoce la miseria y padecimientos generales, el sentimiento de impunidad de los criminales de guerra, el rol crucial de burócratas patéticos y testaferros del montón y la presencia de una resistencia interna porfiada al Tercer Reich en la piel del propio Remarque, otro exiliado en Suiza por el ascenso de los nazis y aquí ofreciendo su único y eficaz trabajo como actor. Anticipando en parte el nazisploitation de La Caída de los Dioses (La Caduta degli Dei, 1969), epopeya fundante del formato dirigida por Luchino Visconti, vía las figuras de Binding y Heini y sus bacanales del poder más nauseabundo, la joya de Sirk, tan nihilista como humanista de impronta hiper descarnada, lanzó con todo las carreras de los correctos y cuasi desconocidos para el público internacional Pulver y Gavin, la primera actuando luego en Uno, Dos, Tres (One, Two, Three, 1961), de Billy Wilder, y La Religiosa (La Religieuse, 1966), film de Jacques Rivette, y el segundo en Imitación de la Vida, Psicosis (Psycho, 1960), de Alfred Hitchcock, Espartaco (Spartacus, 1960), de Stanley Kubrick, y Encaje de Medianoche (Midnight Lace, 1960), de David Miller, entre otras tantas, en síntesis poniendo de relieve el sustrato intercambiable del odio y las bombas porque estas últimas pueden destruir ciudades enteras aunque la animadversión fetichizada recíproca simboliza incluso mejor el caos ridículo y suicida de las refriegas armadas debido a su carácter imprevisible y por momentos francamente irónico, algo que abarca desde el arrepentimiento y/ o simple cansancio de Graeber, harto de los abusos de las cúpulas, y la desconfianza inicial de Kruse, quien llegó a pensar que Ernst se acercaba a ella para pagar por sexo, hasta el asesinato del protagonista del desenlace, cuando por realizar su primera “obra de bien” de toda la etapa bélica termina pereciendo a manos de una víctima mutada en verdugo improvisado y completamente ciego debido al rencor, la locura y el martirio…

 

Tiempo de Vivir y Tiempo de Morir (A Time to Love and a Time to Die, Estados Unidos, 1958)

Dirección: Douglas Sirk. Guión: Orin Jannings. Elenco: John Gavin, Liselotte Pulver, Don DeFore, Keenan Wynn, Erich Maria Remarque, Dieter Borsche, Thayer David, Kurt Meisel, Klaus Kinski, Jim Hutton. Producción: Robert Arthur. Duración: 132 minutos.

Puntaje: 10