Retratos de una Obsesión (One Hour Photo)

Vidas perfectas fraudulentas

Por Emiliano Fernández

Durante aquella era de oro del videoclip, exactamente las décadas del 80 y 90 del Siglo XX, surgió una camada prodigiosa de directores que también solían dedicarse a la realización de cortometrajes publicitarios e instalaciones audiovisuales y que eventualmente saltarían al ámbito del séptimo arte con obras en verdad memorables que renovaron la escena de su momento, pensemos por ejemplo en señores muy variopintos como Jonathan Glazer, Spike Jonze, Anton Corbijn, Mark Pellington, Russell Mulcahy, David Fincher, Roman Coppola, Julien Temple, Tarsem Singh y Michel Gondry, entre muchos otros de todo el globo que probaron suerte con la gran pantalla como una manera de expandir su rango profesional y darle una coyuntura narrativa más tradicional a las asociaciones intrínsecamente libres del formato musical traducido en imágenes. Dentro de este grupete sobresale especialmente Mark Romanek, artesano norteamericano extraordinario que invierte en parte la fórmula histórica porque de hecho empezó trabajando en el cine, a posteriori saltó al rubro de los videoclips y recién en su madurez como creador regresó al séptimo arte para realizar apenas dos películas que se ubican sin problemas entre lo mejor del nuevo milenio, hablamos de Retratos de una Obsesión (One Hour Photo, 2002), basada en un guión original del propio Romanek, y Nunca me Abandones (Never Let Me Go, 2010), otra joyita aunque en esta oportunidad con guión del inefable Alex Garland a partir de la novela homónima del 2005 de Kazuo Ishiguro, británico de ascendencia japonesa que a su vez escribió la novela de 1989 en la que está inspirada Lo que Queda del Día (The Remains of the Day, 1993), de James Ivory, y los guiones de La Música más Triste del Mundo (The Saddest Music in the World, 2003), de Guy Maddin, y La Condesa Blanca (The White Countess, 2005), también de Ivory. De hecho, Romanek comenzó su derrotero profesional en calidad de asistente de dirección de Brian De Palma en la muy olvidada Películas Caseras (Home Movies, 1979) y como director de la experimental y hoy prácticamente desaparecida Estática (Static, 1985).

 

En medio de una catarata de obras maestras del videoclip que incluyen el más caro de la historia, Scream (1995), de los hermanos Michael y Janet Jackson, y maravillas varias en línea con Ring Ring Ring (Ha Ha Hey) (1991), temazo de De La Soul, Wicked as It Seems (1992), de Keith Richards, Are You Gonna Go My Way (1993), de Lenny Kravitz, Rain (1993), de Madonna, Black Tie White Noise (1993), de David Bowie, Closer (1994), de Nine Inch Nails, Novocaine for the Soul (1996), de Eels, Devils Haircut (1996), de Beck, The Perfect Drug (1997), también de Nine Inch Nails, Criminal (1997), de Fiona Apple, I Try (1999), de Macy Gray, God Gave Me Everything (2001), de Mick Jagger, Hurt (2003), de Johnny Cash, Can’t Stop (2003), de Red Hot Chili Peppers, y 99 Problems (2004), de Jay-Z, quizás su mejor trabajo a la fecha, Romanek entregó este debut en el mainstream hollywoodense que le permitió explayarse en su cariño para con el cine de Stanley Kubrick en materia de un ritmo narrativo gélido, encuadres de una perfecta simetría, zooms muy bien insertados, ambigüedades conceptuales hiper meditadas y una preeminencia sutil del blanco que remite al último acto de su película preferida, 2001: Odisea del Espacio (2001: A Space Odyssey, 1968). La historia en sí es en verdad muy sencilla: Seymour “Sy” Parrish (Robin Williams) es un empleado del sector fotografía de un supermercado, SavMart, a su vez dentro de un mall, que está obsesionado con una familia a priori “perfecta” a la que le revela las fotos desde hace muchos años, clan compuesto por el workaholic y egoísta Will Yorkin (Michael Vartan), la burguesa anodina Nina (Connie Nielsen) y el mocoso de nueve años Jake (Dylan Smith), el único de la parentela que identifica la tristeza, la soledad y el maltrato que padeció y padece Parrish, sujeto que en simultáneo es despedido por el gerente excrementicio del SavMart, Bill Owens (Gary Cole), debido a un gran número de copias que realizó para sí mismo de fotos de los Yorkin, y descubre que Will engaña a Nina con una compañera laboral que también deja rollos para revelar, Maya Burson (Erin Daniels).

 

A lo largo del desarrollo dramático el realizador juega con astucia y suma paciencia con el carácter incierto/ equívoco/ oscuro del personaje central, Seymour, en tanto acosador en las sombras o subrepticio que puede llegar a ser inofensivo o tal vez abiertamente peligroso, no obstante Romanek no se engolosina como sus colegas con los clichés del caso y evita desde el humanismo fatalista los tres grandes latiguillos del suspenso petrificado -pensemos en un posible apego pederasta para con Jake, algún tipo de interés sexual hacia Nina o quizás un hipotético desprecio de raigambre celosa hacia Will por haber construido un edén familiar que demuestra ser de cartón pintado- y opta en cambio por un enfoque nihilista setentoso de admiración hacia los Yorkin y deseo de formar parte de la parentela ya que el padre de Sy, su único pariente conocido, lo violaba y lo sometía de pequeño a sesiones fotográficas para una red de pornografía infantil, de allí que la traición del patriarca, el dueño acaudalado de una compañía, se vea desde la perspectiva de Parrish como un acto de una bajeza suprema que a ojos de nosotros, los espectadores, pasa a complementar esas peleas hogareñas del matrimonio vía acusaciones cruzadas, de él a ella por no tomar en cuenta los sacrificios que implica el elevado nivel de gasto de la familia y de ella a él por ser un marido y progenitor emocionalmente negligente, léase incapaz de estar en los momentos cruciales del clan y sólo preocupado por el flujo de caja. A través de diminutos encuentros dentro y fuera de la esterilidad capitalista demacrada del mall y el mercado, como uno con Will en la sección informática, otro con Jake en una práctica de fútbol y ese con Nina en el sector comedor del shopping center, la propuesta va construyendo un retrato certero de la necesidad de amar de Sy y de unas depresión y misantropía apenas disimuladas con sonrisas ante la clientela del lugar, una que incluye veteranas que sacan fotos de gatos, agentes de seguro que registran los resultados de las colisiones automovilísticas, padres primerizos que retratan a sus hijos, alguna empleada de una clínica de cirugía estética y hasta los típicos aficionados al porno.

 

Por momentos la película, más allá de la arquitectura de thriller de acecho silente, asimismo funciona primero como un estudio del doble rol social de la fotografía, por un lado fijando nuestra trascendencia en el mundo y por el otro lado construyendo una imagen de felicidad fugaz que en la praxis se desvanece en un santiamén y en el retrato queda para siempre, y segundo como una oda elegíaca a la desaparición de la fotografía analógica en manos del aluvión digital posmoderno, por cierto una excelente metáfora porque se pasa de los afectos materiales de antaño, simbolizados en el revelador y el fijador y todas las fotos en nuestras manos, a la licuación afectiva de la virtualidad y lo digital, lo que implica que los mortales poseen menos capacidad para relacionarse los unos con los otros porque vivimos en un ecosistema en donde el sustrato material de los cuerpos sigue presente -no podemos escapar de nuestros “envases orgánicos”, desde ya- aunque se omite para privilegiar en términos de tiempo y esfuerzo un afuera demasiado difuso que no ofrece garantía de nada en materia anímica, especie de versión exacerbada de la terrorífica “otredad comunal” en oposición al terruño y el hogar privado. En consonancia con todo lo anterior, resultan significativos el acoso laboral del personaje de Cole, aquel recordado Bill Lumbergh, el jefe de Enredos de Oficina (Office Space, 1999), de Mike Judge, y las fotos de castigo en el hotel de Will y su amante que Sy no toma pero simula hacerlo para degradarlos, ejemplo de la furia de quien se siente desconcertado desde su mentalidad obrera porque la burguesa conformista de Nina prefiere no perder su lujoso estilo de vida antes que confrontar con su marido por el affaire o pedirle el divorcio, lo mismo ocurre con las imágenes de cosillas banales que toman tanto Seymour como Jake, esas que forman el quid de la existencia y señalan como fraudulentas a las fotos de eventos, vacaciones y fiestas del montón. El desempeño de Williams, unos cuantos años antes de su suicidio en 2014 a la edad de 63 años por demencia, es fenomenal porque traslada mucho de su angustia hacia un Parrish misterioso y siempre melancólico…

 

Retratos de una Obsesión (One Hour Photo, Estados Unidos, 2002)

Dirección y Guión: Mark Romanek. Elenco: Robin Williams, Connie Nielsen, Michael Vartan, Dylan Smith, Erin Daniels, Paul Kim Jr., Lee Garlington, Gary Cole, Marion Calvert, David Moreland. Producción: Stan Wlodkowski, Christine Vachon y Pamela Koffler. Duración: 96 minutos.

Puntaje: 10