Fresa y Chocolate

¡Viva el comunismo democrático!

Por Emiliano Fernández

Desde la eclosión de la Revolución Cubana entre 1953 y 1959, liderada por Fidel Castro contra la dictadura de Fulgencio Batista, el gobierno resultante atravesó distintas fases que arrancaron con aquellos agitados años 60 de inestabilidad permanente y vuelco hacia el socialismo primero por un marco geopolítico bien pragmático y después por convicción ideológica, todo determinado por los coletazos del macartismo, la Guerra Fría, el embargo estadounidense decretado por Dwight D. Eisenhower entre 1958 y 1960, la Invasión de Bahía de los Cochinos de 1961 y la Crisis de los Misiles de 1962, lo más cerca que se estuvo en la segunda mitad del Siglo XX a un holocausto nuclear. A lo largo del resto de los años 60 y todas las décadas del 70 y 80 el modelo económico cubano, en gran medida presionado por la estrategia de hostigamiento y ahorque de los yanquis, sobrevivió gracias al Consejo de Ayuda Mutua Económica o COMECON, una organización de cooperación entre los países del Bloque del Este, y sobre todo por el acuerdo comercial fundamental con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas o URSS, léase la compra de los rusos del principal producto local, el azúcar de caña, y el envío de petróleo soviético para mantener en funcionamiento el devenir en su conjunto de la isla caribeña. Con la Caída del Muro de Berlín en 1989 y el desmoronamiento de la Unión Soviética en 1991, los norteamericanos salen airosos del atolladero de la Guerra Fría y la administración de George H.W. Bush opta por endurecer el bloqueo en tiempos en los que el petróleo de la URSS deja de llegar, provocando una crisis generalizada en alimentos, transporte, ganadería, agricultura y salud/ mortalidad poblacional, por ello Fidel decreta el denominado Período Especial en Tiempo de Paz, en esencia una serie de medidas heterodoxas para garantizar la supervivencia del modelo oficial como la apertura al turismo, la desestatización de tierras, el lanzamiento de emporios privados por rubro, la descentralización del sistema bancario y la instauración de un mercado cambiario para captar las remesas de los cubanos exiliados en Miami, tanto aquellos que se fueron por motivos políticos e ideológicos en los 60 como esos otros que se marcharon desde el Éxodo de Mariel de 1980 en adelante, ya por las penurias económicas o quizás el simple oportunismo en función de la cercanía con respecto al gigante imperialista.

 

Si bien el Período Especial en sí abarcó únicamente la década del 90 y llegaría a su fin principalmente gracias al éxito del plan turístico y de los impuestos sobre las transferencias bancarias desde yanquilandia, amén del crudo que exportaba a la isla aquella Venezuela de Hugo Chávez y el relajamiento de las sanciones económicas de la mano de la presidencia de Barack Obama, los efectos devastadores de la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas nunca se superaron del todo y la enfermedad y posterior fallecimiento de Fidel en 2016 a los 90 años de edad, sucedido primero por su hermano Raúl Castro y después por Miguel Díaz-Canel, echaron más leña al fuego de las múltiples dificultades de Cuba, atravesada ocasionalmente por protestas sociales a partir del punto más álgido de la crisis, entre 1993 y 1994. Uno de los mejores retratos de época en términos artísticos es Fresa y Chocolate (1993), estupenda parábola contra la estigmatización sexual de Tomás Gutiérrez Alea, aquí asistido por Juan Carlos Tabío por problemas varios de salud, que transcurre en algún punto entre fines de los 70 y comienzos de los 80 aunque el corazón o núcleo espiritual del relato se condice, precisamente, con la decadencia generalizada del Período Especial y esas contradicciones de la Revolución Cubana que siempre fascinaron a Gutiérrez Alea desde los años de sus obras maestras iniciales, La Muerte de un Burócrata (1966) y Memorias del Subdesarrollo (1968), dos análisis extraordinarios de la miseria, el laberinto kafkiano moderno y la hibridación identitaria latinoamericana, a su vez precedidas por la hilarante Las Doce Sillas (1962), parodia de la codicia plutocrática, y puntapié para una carrera que se paseó por la visceralidad antiesclavista y anticristiana de La Última Cena (1976), el aislamiento surrealista burgués de Los Sobrevivientes (1979), aquel díptico de exploraciones comunicacionales de Hasta Cierto Punto (1983) y Cartas del Parque (1988) y finalmente la sátira de humor negro de Guantanamera (1995), también codirigida por un Tabío que a posteriori alcanzaría cierto reconocimiento internacional en solitario gracias a las comedias Lista de Espera (2000) y El Cuerno de la Abundancia (2008) y la antología 7 Días en La Habana (2011), un opus que aglutinaba cortos de Gaspar Noé, Laurent Cantet, Benicio Del Toro, Julio Medem, Elia Suleiman y el realizador argentino Pablo Trapero.

 

Fresa y Chocolate, basada en el cuento El Lobo, el Bosque y el Hombre Nuevo (1990), del también guionista Senel Paz, explora con respeto y una enorme inteligencia, alejada tanto de la corrección política burguesa como de las fórmulas narrativas hollywoodenses para oligofrénicos, un tema que en su momento era tabú ya que siempre que aparecía en el séptimo arte y la TV era como objeto de burla o “recurso cómico” automático, hablamos de la homosexualidad, en el mercado audiovisual capitalista un sinónimo perpetuo de chiste homofóbico, como decíamos antes tanto en el mainstream yanqui como en las comedias grasientas e hiper populares de Hispanoamérica de los 70 y 80, y en la sociedad cubana en concreto un tópico prohibido de siempre que durante el Período Especial podía tratarse por el relajamiento de la censura comunista o desinterés del gobierno en la cultura en general en plena crisis económica y social a raíz del colapso de la URRS. Como muchísimas otras películas centradas en la vida íntima en regímenes más o menos opresivos e hipócritas como el socialista y el capitalista, el film todo el tiempo contrasta la vida pública de los dos personajes cruciales con su existencia privada, enfatizando las paradojas en cuestión y el choque entre conservadurismo e inconformismo en todos los seres humanos: Diego (Jorge Perugorría) es un homosexual católico y muy culto que trabaja en el sector cultura y suele oficiar de curador/ manager tácito de su pareja, el artista plástico Germán (Joel Angelino), quien concibió una serie de esculturas semi paródicas de figuras de la mitología cristiana aunque con símbolos comunistas como la hoz y el martillo, ejes de una exposición que termina siendo rechazada por el gobierno y de una pelea entre ambos por la posibilidad de un viaje a México con sólo algunas de las obras, no obstante la verdadera preocupación de Diego es avanzar en su acercamiento hacia David (Vladimir Cruz), un joven estudiante de Ciencias Políticas al que conoce un día tomando un helado y del que queda prendido sin saber que el muchacho le contó del asunto a su compañero de cuarto, Miguel (Francisco Gattorno), inquisidor que lo insta a espiar al gay bajo la sospecha de contrarrevolucionario y extranjerizante por su gusto por Mario Vargas Llosa, Oscar Wilde, Federico García Lorca y Maria Callas y su costumbre de comerciar productos en el mercado negro de La Habana.

 

La joya de Gutiérrez Alea y Tabío separa la militancia comunista prejuiciosa de David de su vocación literaria, la primera llevándolo a condenar la homosexualidad de Diego y la segunda muy cerca precisamente de la faceta sensible de su persona y su flamante amigo, a quien le lleva flores, le enseña sus cuentos e incluso le decora el hogar con símbolos del socialismo cubano como fotos de Fidel y Ernesto “Che” Guevara y un banderín a tono, del mismo modo Diego se divide entre los intentos por conquistar al estudiante universitario y la paulatina resignación a enamorarse y no ser correspondido por la heterosexualidad de un David que en términos románticos está tironeado entre por un lado su apego hacia su ex, la traicionera Vivian (Marilyn Solaya), una hembra que se mostró pudorosa en un cuasi hotel alojamiento y luego se casó con un oligarca vernáculo (Antonio Carmona), y por el otro lado su atracción hacia la simpática Nancy (Mirta Ibarra, esposa de Tomás), la vecina de tendencias suicidas del gay que vigila en nombre del gobierno los entretelones de la cuadra aunque hace la vista gorda porque acumula dólares ejerciendo la prostitución y vendiendo cosillas varias en el mercado negro, todo en complicidad con el amante de Germán. Fresa y Chocolate, título que alude tanto a los gustos obvios en helado de Diego y David como a la convivencia y fraternidad entre diferentes en una sociedad compleja y de tensiones políticas exacerbadas como la cubana, no sólo piensa las desavenencias de turno, algo que abarca tres generaciones por el alumno veinteañero, el diletante de la cultura terrorista de 30 y pico de años y la cuarentona Nancy, sino también los puntos en común ya que los dos varones consideran a la orientación sexual no determinante en materia ideológica y abogan por una sociedad comunista más democrática e igualitaria y menos pauperizadora y discriminadora, a sabiendas del desprecio histórico de Castro y compañía hacia los maricones. Con grandes actuaciones de Perugorría, Cruz e Ibarra, la película le escapa a la conversión sexual algo cínica y/ o revanchista del tramo final de propuestas semejantes como El Beso de la Mujer Araña (Kiss of the Spider Woman, 1985), de Héctor Babenco, y Edmond (2005), de Stuart Gordon, porque su objetivo es señalar el entendimiento naturalista entre polos opuestos que hacen de la comprensión su bandera, un ejemplo de una amistad alejada de todo sermón…

 

Fresa y Chocolate (Cuba/ México/ España, 1993)

Dirección: Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío. Guión: Senel Paz. Elenco: Jorge Perugorría, Vladimir Cruz, Mirta Ibarra, Francisco Gattorno, Joel Angelino, Marilyn Solaya, Andrés Cortina, Antonio Carmona, Ricardo Ávila, Zolanda Oña. Producción: Camilo Vives, Frank Cabrera y Georgina Balzaretti. Duración: 111 minutos.

Puntaje: 10