Películas como Napoleón Dinamita (Napoleon Dynamite, 2004) llegan muy de vez en cuando a la constelación de la comedia, un género que en términos cinematográficos -y hoy por hoy también en campos adyacentes como la televisión y el teatro- suele estar dominado por una constante postura canchera que reduce toda la supuesta hilaridad a insultos por demás banales, sketchs patéticos remanidos y una retahíla de one liners que combinan distintos latiguillos del costumbrismo -corresponda éste a la región o país que sea- y esos motivos/ tópicos de siempre segmentados por raza, sexo, religión, apariencia y hasta a veces por clase social y orientación política (vale aclarar que como para trabajar en serio desde las rutinas estos dos últimos ítems es necesario tener un mínimo bagaje cultural e ideológico, cada vez menos cómicos osan aventurarse). La maravillosa ópera prima de Jared Hess, asimismo coescrita junto a su esposa Jerusha Hess, forma parte de esa tradición de películas que analizan el ecosistema escolar, sus juegos de poder intrínsecos, las familias que se esconden detrás, los vicios más bobalicones del “sentido común”, las miserias de los ciudadanos de a pie y en mayor o menor medida los inadaptados sociales, tanto los que optan serlo de manera consciente como aquellos que por cuestiones contextuales les ha tocado ese rol, una tradición artística que va desde las previas y relativamente recientes Mi Vida es mi Vida (Welcome to the Dollhouse, 1995), de Todd Solondz, Tres son Multitud (Rushmore, 1998), de Wes Anderson, y La Elección (Election, 1999), de Alexander Payne, hasta las posteriores La Joven Vida de Juno (Juno, 2007), de Jason Reitman, y Submarino (Submarine, 2010), de Richard Ayoade, en lo que atañe al campo específico de la comedia, y A los Trece (Thirteen, 2003), de Catherine Hardwicke, y Las Ventajas de Ser Invisible (The Perks of Being a Wallflower, 2012), de Stephen Chbosky, en el territorio del drama.
Los Hess no ocultan para nada que aquí se inspiran tanto en detalles autobiográficos como en el humor absurdo y a veces muy sarcástico de Frank Zappa y en el dejo contracultural de series animadas en línea con South Park, Beavis and Butt-Head y las primeras temporadas de Los Simpson (The Simpsons), aquellas en las que Matt Groening todavía participaba a nivel creativo, lo que genera un pequeño huracán del delirio bucólico que hace de su ritmo narrativo apesadumbrado y la catarata de freaks sus principales armas retóricas. Todo el asunto se centra en el muchacho del título (Jon Heder), un adolescente de 16 años que vive en el enclave más agreste de Preston, Idaho, junto a su abuela Carlinda (Sandy Martin), quien tiene un novio secreto y gusta de surcar los médanos en un cuatriciclo, y su hermano de 32 años Kipling alias Kip (Aaron Ruell), un desempleado que sueña con ser luchador de artes marciales mixtas y se pasa gran parte del día chateando con una misteriosa novia afroamericana de Detroit llamada LaFawnduh (Shondrella Avery). Cuando la nona se quiebra el coxis en una de sus escapadas llama al Tío Rico (Jon Gries) para que cuide de los grandulones en su ausencia, un ex atleta cuarentón que vive en su camioneta y fantasea con conseguir una máquina del tiempo para volver a su juventud y hacer realidad su anhelo de fortuna en la Liga Nacional de Fútbol Americano. Mientras Kip y Rico comienzan un negocio de venta ambulante de tupperwares entre la bizarra fauna de Preston, Napoleón por su parte alimenta a la llama mascota de la familia, Tina, y se hace amigo en simultáneo de un estudiante de intercambio de Ciudad Juárez, Pedro (Efren Ramírez), y de una chica muy tímida y tan excluida como ellos, Deborah alias Deb (Tina Majorino), la cual lleva adelante distintos emprendimientos con el objetivo de ahorrar para la universidad, como por ejemplo ofrecer servicios de peluquería, fabricar llaveros artesanales o tomar retratos fotográficos.
Si bien todo transcurre en aquel 2004, la película aprovecha cierta ambientación vintage plagada de referencias anacrónicas ochentosas y noventosas, algo que ya podía verse en el corto que funcionó como base, Peluca (2003), y hasta parece respetar la afiliación religiosa mormona de Jon Heder, Jared Hess y la enorme mayoría del mismo Preston, ya que esquiva la utilización de lenguaje grosero, alcohol y chistes sexuales vía una arquitectura formal que pone el acento en un humor sutil de antítesis constante entre los protagonistas, quienes parecen sacados de una dimensión paralela más que de un bastión nerd, y un fondo social discriminador que pondera a la belleza, la banalidad, la fuerza física, la estupidez, el conservadurismo y el éxito económico como “horizontes excluyentes” de la vida, todos factores que no calzan para nada con nuestro Napoleón Dinamita porque el muchacho enmascara su inteligencia y creatividad -gusta de dibujar criaturas fantásticas e híbridos entre leones y tigres- con una graciosísima pose distante, con mucha introspección y con desvaríos mitómanos y algo ariscos para simular ser más interesante, cool o peligroso de lo que realmente es, especialmente con la meta de sacarse de encima al bravucón de la escuela, Randy (Bracken Johnson), y al deportista modelo y basureador compulsivo Don (Trevor Snarr), novio a su vez de la chica más popular de la comunidad educativa, la rubia desagradable Summer Wheatly (Haylie Duff). La “no trama” echa mano de ejes narrativos clásicos de este tipo de propuestas aunque sometiéndolos al extrañamiento prototípico del indie yanqui más imprevisible, como por ejemplo el problema de encontrar pareja para el baile de secundaria, la insólita candidatura del recién llegado Pedro para presidente estudiantil del colegio, las luchas contra el establishment representado en una Summer reconvertida en contrincante política, una especie de triángulo amoroso tácito entre Napoleón, Deborah y Pedro, y la pelea intrafamiliar con ese Tío Rico que difunde rumores perniciosos sobre su sobrino (para inspirar simpatía en una clienta le dice que el joven aún se orina en la cama y recibe palizas en la escuela, y a Deb le comenta que fue su amigo quien le dijo que ella podría estar interesada en su más reciente producto, unas hierbas que supuestamente aumentan el tamaño de los pechos de las mujeres, lo que desde ya provoca acusaciones de superficialidad por parte de la muchacha hacia su claro interés romántico).
Una dimensión que se suele pasar por alto y que resulta crucial para generar el ambiente enrarecido y al mismo tiempo muy mundano del film es la banda sonora, hoy plagada de silencios prosaicos que se combinan con la música electrónica hiper minimalista -y algo ridícula- de John Swihart y con las muy buenas elecciones de composiciones foráneas para cada escena, empezando por We’re Going to Be Friends de The White Stripes para la genial secuencia de créditos iniciales y Forever Young de Alphaville para el baile de secundario, y terminando con Larger than Life de Backstreet Boys para la coreografía de Wheatly del día de las elecciones y Canned Heat de Jamiroquai para la contraparte de la anterior a cargo del heroico Napoleón, quien aparentemente mutó en bailarín experto gracias a mucha práctica en su habitación en torno a un VHS usado que consiguió en una tienda de segunda mano, D-Qwon’s Dance Grooves, y un mixtape en cassette que le regala LaFawnduh, una señorita que asimismo modifica radicalmente el look del siempre abúlico y afeminado Kip para transformarlo en un estandarte con patas del hip hop del período. La película está llena de momentos brillantes como el comienzo cuando Napoleón arroja afuera del autobús escolar a un muñequito símil He-Man atado a una cuerda, su intento de encarar un salto con rampa arriba de una bicicleta, el primer encuentro con Deb, el episodio en el dojo perteneciente al caricaturesco Rex (Diedrich Bader), aquella incursión en el trabajo agrícola por parte del protagonista en la granja, la hilarante prueba de la “máquina del tiempo” que compró Rico en Internet, el concurso de Futuros Granjeros de Estados Unidos en el que participan Pedro y Napoleón para incrementar sus “habilidades”, las intervenciones de los primos mafiosos de Pedro (Nano y Arturo De Silva), la escena de la piñata con cara de Summer, aquella otra en la que Rico termina apaleado por Rex por visitar a su esposa fisicoculturista Starla (Carmen Brady), y los entrañables final y epílogo en su conjunto. Jared Hess a posteriori sólo en Nacho Libre (2006) conseguiría recuperar a pleno el ímpetu gloriosamente demencial de Napoleón Dinamita, ya que Gentlemen Broncos (2009), Don Verdean (2015) y Locos de Mentes (Masterminds, 2016) constituyen propuestas parcialmente exitosas que no llegan al nivel de esta legendaria carta de amor a los verdaderos chiflados del mundo, aquellos que viven al mega desajuste existencial como su única e insoslayable naturaleza…
Napoleón Dinamita (Napoleon Dynamite, Estados Unidos, 2004)
Dirección: Jared Hess. Guión: Jared Hess y Jerusha Hess. Elenco: Jon Heder, Jon Gries, Aaron Ruell, Efren Ramírez, Tina Majorino, Diedrich Bader, Sandy Martin, Haylie Duff, Trevor Snarr, Shondrella Avery. Producción: Jeremy Coon, Sean Covel y Chris Wyatt. Duración: 95 minutos.